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Por Claudia Rafael
(APe).- Apenas bastaría para un kilo de pan diario durante 20 días. Apenas, siempre y cuando esos aportes llegaran y se depositaran cada mes como dicen los enunciados. Para el Estado de la provincia de Buenos Aires la atención educativa, sanitaria, alimenticia de más de 220.000 niños que durante ocho horas diarias asisten a centros de día (incluidos en el programa UDI-Unidad de Desarrollo Infantil) debería estar cubierta con quince pesos diarios que, desde octubre de 2013 no paga.
Quince pesos que se traducen escuetamente en el atado de cigarrillos cotidiano del funcionario que entre pitada y pitada sigue arrinconando la firma que nunca estampa sobre la orden de pago. Quince pesos que, multiplicados por algo más de 220.000 costean lujos obscenos y paisajes lejanos a la vez que desguarnecen a instituciones sociales cada vez más debilitadas que, en muchos casos, se ven compelidas a cerrar sus puertas.
Quince pesos al día, escandalosamente estáticos desde aquel 2009 en que el mismo funcionario u otro cualquiera que lo antecedía, triplicaba entre toses y bronquitis su consumo de tabaco. Pero la firma no se estampa desde octubre. En una opción rotunda que significa que son las organizaciones sociales, casas de los niños, programas populares los que subsidian a un Estado que elige ser ausencia fantasmal para esas políticas públicas.
Ese mismo Estado se anuncia como prisma de rostros múltiples. Opta y serpentea dónde depositar su mira, dónde ausentar y olvidar, dónde dirigir su plomo rígido y certero.
Fue en octubre de 2013 en que simplemente dejó de pagar. Como tantas otras veces, un mal día no depositó un solo centavo ni al otro, ni al siguiente. La misma cifra detenida en el tiempo, sin variaciones, sin la menor alteración: 450 pesos estáticamente anclados como un mecanismo negatorio de subas e inflaciones desmentidas en discursos vacuos.
Para el IPC Congreso (Indice de Precios al Consumidor medidos por el Congreso) esos 450 deberían ser hoy –producto de una inflación de 111,38 por ciento entre 2009 y 2013- 951,21 pesos. Y el detalle más contundente de la perversidad: el pan (183,3%), la leche (197,5%), la harina (347,1%) o el azúcar (167,8%) multiplicaron infinitas veces más la curva inflacionaria.
E inclusive, para esa entelequia llamada Indec (que reconoce un irrisorio 49,8% de subas) la provincia debería estar abonando mes a mes 674,1 pesos por cada uno esos más de 220.000 chicos que necesitan de las organizaciones sociales que a fuerza de determinación política y ternura los cobijan a diario.
Hace más de cuatro meses que el Estado provincial determinó que –una vez más- la variable de ajuste de sus finanzas serán esos más de 220.000 niños a los que sus políticas públicas decidieron hace demasiado tiempo anclar en el des abrazo y en la des memoria. Niños que llegaron a la vida marcados por el aleteo de un pentagrama abrigador de ternuras. Pero a los que el Estado determinó –como lobo feroz y hambriento- arrinconar a la nada. A ellos y a los que se asoman, como ellos, desde los barros de la desesperanza, desde los ghetos de la desarticulación social, desde las geografías del desamparo y el encierro.
Niños de todos los siglos que fueron penalizados por un Estado que señaló sus frágiles figuras y les estampó como tatuaje indeleble la consigna de la condena eterna. Les demarcó el territorio. Les asignó corazas en sus baldíos perpetuos.
Edición: 2628
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