La profecía del mensú

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Por Carlos del Frade

(APE).- “Conozco la pobreza en Misiones. Nací en Misiones y me acuerdo cómo vivía mi viejo... Vivía... Esa palabra quizás sea una exageración. “Mi viejo se llamaba Don Alejandro Cáceres y era mensú. Tenía que meterse en el monte misionero y pelearle a las víboras y otras alimañas. “Anduvimos por Puerto Liberal, en las tierras de los Benberg, en El Dorado, llegamos a las cataratas... un paisaje único, maravilloso pero no para nosotros, los pobres, señor. No para nosotros. No para mi viejo, Don Alejandro Cáceres. 

 

“Mi papá tuvo que volver al monte.

“Cuando se enfermaba tenía que ocultarse porque si no lo echaban. A veces trabajaba para las grandes yerbateras o las papeleras. Pero siempre era igual.

“Si se enfermaba había que esconderse porque había cientos de pobres y debían ser reemplazados por otros que no estaban enfermos. Así era ser mensú, señor. Así era.

“Pero siempre había un compañero que le cobraba aunque sea un jornal. Para que mi viejo pudiera ir tirando.

“Mi mamá le hacía la ollita con el reviro, una especie de caldo muy flaco que apenas servía para gambetear el hambre y ahí se iba el viejo, otra vez, con su reviro, para adentro del monte.

“Dos veces le picaron víboras cascabel.

“Y hubo una en la que casi no cuenta el cuento.

“Lo acompañé al médico y no había caso. No lo quería atender. Era mensú. Era uno de los tantos pobres misioneros. Y no había suero para él. No lo merecía por ser pobre, por ser mensú.

“Pero él le pidió tanto que quería vivir porque necesitaba alimentar a sus cuatro hijos que el médico le hizo un tajo en la pierna. Fue tremendo todo lo que le salió. Pero se salvó.

“Y hasta en una vuelta se agarró paludismo... Y se curó solo... Sí, solo, señor. Solo. Si no, ¿cómo se curan los pobres? Solos... Temblaba por el chucho que le daba el paludismo, pero se curó solo.

“Entonces todo eso me fue quedando. Mucha injusticia.

“Mucha bronca por esa pobreza misionera”, cuenta Ricardo Cáceres al autor de estas líneas.

Parecen relatos de otros tiempos. Pero los números vuelven al presente el recuerdo de Ricardo y la dignidad de su padre, Don Alejandro.

Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en la capital misionera, la pobreza alcanzaba al 53 por ciento de la población, dos puntos más que en el resto del país.

También hay más indigencia: durante 2004, el 18 por ciento de los misioneros estaba en este renglón de subsistencia; un año después, la cifra llegó al 20,8 por ciento.

Creció la pobreza y la indigencia en uno de los territorios más bellos y maravillosos de la Argentina.

Consecuencia directa de la impunidad de la riqueza, de aquellos que no permitían la enfermedad entre los mensúes como le pasaba a Alejandro Cáceres.

No hay números que hablen del crecimiento de la riqueza en la provincia de la tierra roja y el agua torrentosa.

Solamente aparecen las cifras de las víctimas.

Pero como bien dice Ricardo Cáceres: “Nosotros vamos a seguir peleando contra las causas de esa pobreza. Porque el amor que nos dieron los viejos a pesar de tantas humillaciones algún día alumbrará otra realidad, mucho más digna que la que vivimos en la actualidad”, sostiene el hijo del mensú misionero.

Es cierto que hay más pobres e indigentes en Misiones, pero lo que no saben los productores de las diferencias es que también crece la rebeldía como continuidad de la memoria familiar. El futuro vendrá, quizás, como una nueva catarata que fluya de la tierra de los mensúes.

Fuente de datos: Diario Misiones On Line - Posadas 22-03-06 / “El litoral, 30 años después. Sangre, dinero y dignidad”, Carlos del Frade


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