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Por Laura Taffetani
(APe).- En estas últimas décadas hemos asistido a cambios profundos en la implementación de políticas sociales por parte del Estado al compás de los requerimientos de un capitalismo cada vez más voraz. También es una realidad que las organizaciones populares aún no hemos podido analizar en toda su dimensión esos cambios, así como tampoco el impacto que tendrán en nuestro futuro y el de las poblaciones con las que trabajamos y que ya atraviesan la cuarta o quinta generación en ese mundo ancho y ajeno que llamamos exclusión.
Una de ellas ha sido la prioridad casi excluyente en la que se han focalizado las políticas en la primera infancia -es decir la franja etaria de los 0 a los 5 años- en forma segmentada y compartimentada de la realidad familiar y social que la rodea.
Quienes hemos venido trabajando desde hace décadas, abrazando ese pequeño universo de infancias y adolescencias que sobrevive en nuestro país a la intemperie, hemos visto con preocupación esta mirada sesgada de la realidad.
Sin quitarle la importancia que tiene una fuerte intervención en los primeros años de vida, tenemos la certeza de que si ésta se realiza en forma aislada del contexto económico y social que rodea a los niños y niñas involucrados, termina siendo una política selectiva y reaccionaria. Nuestro capital experiencial nos indica que las verdaderas respuestas –si se piensa en el verdadero bienestar social de un pueblo- deben ser comunitarias y colectivas; que no podemos pensar en salvar al miembro de la familia que cuenta con menos de cinco años sin pensar en los demás miembros que comparten a veces hasta su mismo lecho para soportar una vida remendada con chapas de cartón. Porque hemos aprendido fundamentalmente que el afecto es siempre terco a pesar de sus sinsabores y que sólo el vínculo humano que nos constituye nos permite construir un futuro diferente en nuestras comunidades.
Entonces, frente a estas políticas, las organizaciones populares llegamos a intuir que son engañosas y tendemos tibiamente a oponernos. Sin embargo, la urgencia y la diaria nos hace cometer el error de no hacer un análisis más profundo e inscribirlas en una política mayor que es la de nuestras economías, que bailan al compás del orden internacional que las rige.
En abril de 2016, en el marco de una serie de eventos que se llevaron adelante durante las Reuniones de Primavera de ese año del Fondo Monetario Internacional y el Grupo Banco Mundial, se realizó una conferencia por internet, a la que titularon “El desarrollo en la primera infancia: un comienzo inteligente para las economías en crecimiento”.
En este evento el presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim, y el Director Ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake instaron a los líderes mundiales y nacionales a que intensificaran y aceleraran las medidas y las inversiones en nutrición en programas para el desarrollo en la primera infancia, como base fundamental del desarrollo equitativo y del crecimiento económico.
En su disertación, Kim explicaba que un cuarto de los niños en el mundo menores de 5 años -159 millones- tienen retraso de crecimiento y que frente a las necesidades que plantea una economía globalizada es imposible que estos niños vayan a la escuela y participen en la economía digital.
El funcionario advierte también que “los niños que tienen mala nutrición o que tienen retraso del crecimiento dentro de sus primeros 5 años aprenden menos y ganan menos cuando son adultos, lo que va a perpetuar el ciclo de pobreza creando una pobreza intergeneracional como lo vemos en muchos sitios.” Para ser más preciso aún -por si hay alguna duda de la verdadera preocupación del organismo- explica que esto trae aparejado problemas en la economía global y uno de los problemas que señala es el de la productividad que según los economistas depende de la tecnología como la inteligencia artificial depende de los robots, lo que significa que con el tiempo los trabajadores no calificados van a quedar excluidos y van a condenar a los países que no podrán participar en la economía mundial.
Así, el Presidente del Banco Mundial señala la gravedad del problema el que considera no sólo como de desarrollo sino como de emergencia económica. Dice que los países podrán tener todo tipo de infraestructura material y créditos para construirla pero si más del tercio de la fuerza laboral futura no puede competir en lo que sin dudas será una economía digital sumamente compleja, que se concentrará sobre todo en los servicios, al no actuar ahora se está poniendo a la economía de los países en un camino que inevitablemente llevará al fracaso. Finaliza su exposición con una frase que da dimensión de lo que está planteando “sabemos que la conectividad y la inversión en la memoria y sus cerebros establecerán una diferencia del desarrollo económico futuro”.
Entonces cuando hablamos de los nuevos planes focalizados en la Primera Infancia sería algo así como un borrón y cuenta nueva de las políticas de niñez. No importa el daño ya causado, la economía futura necesita reducir la cantidad de niños y niñas mutilados por la pobreza; así que los hermanitos que cruzaron la frontera de los 5 años deberán sobrevivir como puedan por nacer a destiempo para recibir las nuevas migajas de la atención estatal.
El poeta Juan Gelman alguna vez escribió: “¡hurra! Por fin ninguno es inocente”, quizás para despertarnos del sueño de la apariencia que adormece. Muchos años después Alberto Morlachetti imprimió en la historia la consigna del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo: “Detrás de cada niño en la calle hay un padre desocupado”, para indicar que los derechos de los pibes y de las pibas estaban en el centro de la política de un país y no en las costosas publicaciones de expertos internacionales que viven en casas y países de ensueños lejos de las realidades que dicen analizar.
A nosotros y nosotras nos toca seguir inscribiendo nuestras huellas junto con esos niños y niñas cuyos cerebros sirvientes ahora reclama el capitalismo en las nuevas configuraciones mundiales.
Es evidente que está siendo necesario devolverle el carácter profundamente político que tienen los derechos de los pibes. Sin duda, inscribir la infancia en ese terreno nos obliga a asumir una responsabilidad histórica -en ese ámbito no hay neutralidad posible- pero a su vez, es el único lugar seguro desde donde podremos sentar las bases de un mundo rebelde que pertenezca a sus verdaderos dueños: aquellos que lo transforman diariamente con su trabajo para que perdure la esperanza humana.
Edición: 3575
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