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Por Oscar Taffetani
(APe).- Julio Fornari, candidato a concejal por el PRO en Gálvez, Santa Fe, se fue de boca y dijo en voz alta algo que muchos de sus amigos y conmilitones seguramente piensan, aunque lo reservan para conversaciones privadas: “La única solución es juntarnos 80, 90 o 100 vecinos, ir y prenderles fuego. Quemarlos. Es la única forma de que eso no crezca porque si no sigue creciendo y acá nadie hace nada. Si la Intendencia o no sé quién carajo tiene que hacer algo y no lo hace, esto crece (...) Esta gente son como las ratas, tienen cría todos los días. Voy al frente, hay que prenderle fuego, vamos y les prendemos fuego, es la única forma de competir con ellos..."
Fornari, propietario de un negocio de caza y pesca, fue robado por segunda vez. Y aunque los cacos, en la oportunidad, alcanzaron a llevarse dos rifles, debieron abandonarlos en su huida. Al preguntarle la prensa por las pérdidas, el comerciante declaró que “no importa, son boludeces, voy y las compro de nuevo, lo que da rabia es el daño” (se refería a un vidrio que rompieron los ladrones).
A días de las elecciones comunales en Gálvez, las declaraciones de Fornari causaron un previsible rechazo en la mesa nacional de su partido, que le ordenó bajarse inmediatamente de la candidatura. “Los dichos de Fornari -dijo el diputado de PRO Esteban Bullrich- se encuentran en las antípodas de los valores que representa esta fuerza política".
La prensa asoció los dichos de Fornari con los de un edil de Arroyo Seco, que semanas atrás propuso “matar a cintazos” y “moler los huesos” a los pibes “para que no vuelvan a robar”.
Haber mostrado ser el feliz propietario de un instinto asesino le costó a Fornari su carrera política. El edil de Arroyo Seco, en cambio, fue perdonado por el establishment local (ahora, podrá moler huesos y matar a cintazos a los pibes, siempre que no lo anuncie por televisión).
El lado oscuro de una gesta
José Pedroni mostró en “Romance del agua amarga” el desigual combate entablado entre los hijos del suelo (querandíes, charrúas, guaraníes) y aquellos suizos, italianos y franceses que colonizaron en el siglo XIX la provincia santafesina.
Para combatir a los pumas, zorros y seres humanos que se adentraban sin permiso en los campos y causaban daños a la propiedad, aquellos gringos organizaban periódicamente partidas de caza, que consistían en que dos o tres buenos tiradores salían campo afuera a buscar a esos “invasores”, a esas “plagas”, con una única consigna: eliminarlas.
“Donde ponían el ojo / ponían la bala. / Los tres hermanos Lottersberger / y Arnoldo Reutemann cabalgan”, escribe Pedroni al comenzar el poema. Luego, nos relata la festiva entrada a Colonia Esperanza de aquellos cazadores: “Como si fuera fiesta / Dan vuelta las campañas...”
Finalmente, describe el entierro de los cuerpos apilados en el carro: “Ya viene el carro negro. / Nadie en el carro canta. / Viene con nueve muertes. / No viene con alfalfa. /.../ De a uno los tiraron / En un pozo de agua. / ‘Dispué l’echaron tierra / Pa que no noj miraran’. / Y el agua fue poniéndose / Turbia, lechosa, amarga...”
La gran sensibilidad de Pedroni hizo que muy poco después de haber escrito aquel poema redactara otro, con forma de epitafio, dedicado a aquellos NN originarios asesinados durante la pacífica campaña agrícola de 1879. “No te valió tu entrega de venado -dice- / frente al duro invasor que te temía. / No te valió tu miel de despojado. / Sólo la dulce espiga te quería. // Descendiente del gringo y su pecado, / por cementerio de tu alfarería, /
a lo largo del río voy callado. / La culpa de tu muerte es culpa mía. // Indio, dime que soy tu perdonado / por el trigo inocente que nacía...”
Al poeta le dolían en el alma aquellos crímenes cometidos por los ancestros inmigrantes (aunque Gaspare Pedroni, su padre, había sido sólo un humilde constructor italiano radicado en Gálvez). Para esa pena buscó consuelo en la dorada promesa del trigo que le habían dejado sus mayores. Y también en otra promesa, utópica y proletaria: la de un país solidario capaz de amasar y hornear el pan para cada uno de sus hijos.
Algún día, Gálvez, Rosario, Santa Fe y la patria toda, deberán reconquistar su mejor memoria, que no es la de la segregación y el crimen, sino la dela fraternidad y la justicia. Entonces, sólo entonces, seremos dignos de la belleza, dignos del suelo que pisamos y también de este sol que sin preguntar, desde hace siglos, nos acaricia la frente.
Edición: 1587
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