La muerte de Brian

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Por Claudia Silva

     (APe).- Enterarse de la muerte de un niño nunca es grato, pero cuando ese niño que muere ha vivido una vida agonizante, es entonces cuando sobrevienen mecanismos que paralizan el recurso que tenemos para hallar explicaciones lógicas que alivien el dolor provocado por la muerte.

Hacía aproximadamente un mes que no lo veíamos por las ranchadas de San Telmo y Constitución, barrios que conocía como la palma de su mano.

Sus compañeros de ranchada tampoco conocían sobre su paradero. Desplegamos todos los mecanismos que estaban a nuestro alcance para saber qué había sido de su vida, dónde estaba, con quién, qué estaba haciendo. Su madre tampoco sabía nada. Estábamos muy preocupados porque no sabíamos nada de él, pero conocíamos perfectamente que en ocasiones era manipulado por los transas o por la policía para realizar sus truchadas, abusando de su situación, entregando armas a los pibes para que “se carguen” los unos a los otros, disputándose a través de sus pequeños cuerpos un espacio para la venta de drogas o la comisión de otro tipo de delitos.

Por todo eso estábamos muy preocupados. Por todo eso, y por la desidia con que el Estado desaloja, desprotege e invisibiliza a nuestros pibes en calle, siendo cómplice al cerrar los ojos, sosteniendo en su misma coyuntura a una institución policial que prejuzga, abusa, viola y mata, vaciando de recursos materiales y humanos a aquellos organismos que debieran ejecutar políticas públicas que abriguen tiernamente a nuestros pibes.

La semana pasada nos notificaron que hacía un mes que su pequeño cuerpo se encontraba en una morgue judicial como NN mayor, cuando su contextura física a pesar de tener 14 años, no aparentaba más que la de un niño de 11. Y ahora sí, la actuación de la justicia fue ejecutiva, a pesar de que aún existen cuestiones que no han quedado claras, preguntas que no tienen respuestas y explicaciones que no cierran, ágilmente tramitaron el velorio y el entierro. Sin investigación que medie y explique su muerte claramente. 

Pero nosotros estamos rabiosos, y nos encargaremos de encontrar todas las respuestas que él merece, que su madre merece, que sus compañeros de ranchada merecen.

Aunque nos quiten el aire, aunque nos ahoguemos en el camino. Porque un niño no debe morir. Porque cada niño que muere por la desidia de aquellos organismos que deberían protegerlo y abrigarlo no muere. Porque cada niño que muere en las calles muere asesinado, por la desidia, por el espanto.

Dicen que fue atropellado en la autopista 25 de Mayo, pero no les creemos. Y estamos emperrados en desarmar el discurso que nos quieren vender y no vamos a parar hasta encontrar las verdades que se quieren encubrir detrás de la figura de accidente automovilístico. Porque es lo único que nos va a calmar. A su memoria, a nosotros, a su madre y a sus compañeros de rancho.

Porque no era un NN, porque se llamaba Brian Orué y tenía 14 años. Porque tenía sueños a pesar de la vida agonizante que le tocó en la repartija de un sistema que expropia abrigos y ternuras, porque en la calle lo nombraban El Gordito. Porque era un niño.

 Edición: 2817


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