La historia detrás de una imagen icónica de este tiempo

¿Qué historia nos cuenta una fotografía? ¿Qué detalles de una imagen nos permiten reconstruir y contar un pedazo de un pasado vivido y experimentado hace tiempo atrás? La imagen de diputados y represores. Y los interrogantes: ¿Qué clase de historia le contamos a los pibes? ¿Qué foto elegimos mostrarle?

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Por Martina Kaniuka

(APe).- Hace poco más de un mes se viralizó una fotografía tomada en el Penal de Ezeiza. Veinte personas saludan al flash de brazos cruzados, con las manos en el bolsillo, peinando muchas canas, biencomidas y abrigadas como para soportar este invierno que desmienten los noticiarios y que ya se llevó a 11 argentinos de bien, de esos que tienen la calle por habitación. 

En la fotografía, la formación se acomoda así: los números más chicos delante, los más grandes, detrás. Delante, los funcionarios de La Libertad Avanza: Fernanda Araujo, Lourdes Arrieta, Beltrán Benedit, Alida Ferreyra. Detrás Astiz, Marcote, Vazquez Sarmiento, Cordero, Arraez, Pernías, Suárez Mason, Argüello, Guglielminetti, Courtaux, Martínez Ruiz, Britos y Donda.

¿Qué historia nos cuenta una fotografía? ¿Qué detalles de una imagen nos permiten reconstruir y contar un pedazo de un pasado vivido y experimentado hace tiempo?

Una cruz pendiendo detrás en la pared, la habitación pulcra y aseada y la prolijidad exasperante de los detenidos que estiran el cogote para salir en la foto, quizá nos cuenten únicamente sobre algunos berretines castrenses hechos costumbre. La luz que flecha cada ventana no refleja el terror que los constituye hasta la última célula: una verdad “parcial”, responderán después a cámara y a través de todos los medios que presten su micrófono. Pero como las manchas de humedad que ensombrecen el techo, esa visita por “la construcción de libertad” que claman personajes como Patricia Bullrich, servirá para que las generaciones más jóvenes cuestionen -y desconozcan- el hilo poroso con el que durante cuatro décadas de “democracia”, en nombre de la “paz social” y el “status quo”, se cosieron las heridas de un país que otra vez ingresó a terapia intensiva.

La estrategia, como en tiempos de campaña electoral, fue magistral: una de las visitantes -Lourdes Arrieta- nació en los 90´.

La táctica fue aún más brillante: volver a pedir -mientras se disolvió por decreto la Unidad Especial de Investigación de la Desaparición de niños- por la liberación de “los ancianos” de noventa años que están en la cárcel y debieran estar en sus casas.

¿Es legítimo que una diputada de la nación desconozca que está visitando a un grupo de genocidas condenados en el país que dice representar por delitos de lesa humanidad, delitos que no prescriben y son reconocidos como lo más deleznable y horroroso que puede cometer el ser humano? Por supuesto que no. Sin embargo, una gran mayoría de jóvenes que han nacido en democracia, pero no han sido protegidos por ella; jóvenes que han crecido sin referencias políticas y nacidos y criados para ser productores y consumidores, tampoco conocen esa parte de la historia.

Cuando se acercan con la lupa del revisionismo tradicional, se encuentran con la falacia de los dos demonios que, apuntalados por el discurso odioso que habla de orcos, zurdos y planeros que acceden a los derechos que le son negados, les parece familiar.

Quienes conocen “esa parte de la historia”; o participan de la tradición triste de lamentar ausencias y sostener las banderas de la Memoria, la Verdad y la Justicia o tuvieron la suerte de tener una educación que los acercara a ese fragmento de pasado que enseña cómo los “ancianos” que este gobierno reivindica torturaban embarazadas, se apropiaban niños, picaneaban, violaban, asesinaban y tiraban cuerpos al océano desde helicópteros.

La mayoría de jóvenes de las generaciones centennials/generación Z no son “progresistas”, ni muestran interés en los derechos humanos. Nacidos entre 1997 a la fecha, se trata de una generación que no migró a una era analógica: nació en la era digital y parte del sentido común instalado en las redes, el aislamiento en pandemia y las nuevas formas de sociabilizar que cincelan el individualismo, la competencia y el ascenso social meritocrático, delinearon la tendencia hacia el conservadurismo.

Es la generación que compone el núcleo duro de votantes de Milei y que abraza las banderas del fascismo en el mundo.  Y es la generación que se cansó de que, en nuestro país, el kirchnerismo y la progresía culpógena les negara una porción de historia que ahora buscan entender.

Como con la fotografía, a través de cuatro décadas de democracia, las generaciones de pibes que crecieron al margen de la lucha de las organizaciones de derechos humanos y de familiares de desaparecidos, solamente conocen un jirón de la historia. Y lo que escucharon fue el relato de un conjunto de víctimas -que lo fueron- que, angeladas e imperfectibles, peleaban por un mundo mejor, persiguiendo consignas que hoy les suenan huecas, peleando por sueños, que hoy no los comprenden.

Imaginemos que podemos mostrarles otras fotografías. Imaginemos que, además de adolescentes convertidas en maestras rurales, dando apoyo escolar en los barrios y pibes armando ollas populares en las casas, les mostramos la foto de un grupo de adolescentes listos para robarle camiones de leche a las multinacionales para repartir. O el retrato de las pibas listas para entrenarse en ejercicios militares en el monte tucumano, para levantar un fusil contra la opresión de los empresarios de los ingenios azucareros. O la foto de un joven periodista, secuestrando un avión militar para izar la bandera argentina en las Malvinas. O la larga hilera de obreros encolumnados sobre el puente de Zárate Brazo Largo, inundando Panamericana, tras la huelga por la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de los astilleros. 

¿Qué hubiera pasado si el Cordobazo, el Viborazo y las insurrecciones de cada pueblo, fueran de enseñanza obligatoria en las escuelas, en lugar de ser un secreto hasta peregrinar a la universidad y elegir alguna de esas carreras que no rinden en el mercado?

Como en el Universo Marvel, donde los superhéroes matan a los villanos, los pibes -que no cobran 9 millones de pesos por mes- podrían haber entendido y apreciado el que otros héroes, sin capa, con jean oxfords y peinados setentosos, también pelearan y sí, con violencia y fuerza física. Sobre todo, porque existieron y eran mortales y porque los sueños que proponían también siguen existiendo como horizonte.

Quizá habría que dar explicaciones más difíciles y desnudar toda la verdad: el sistema injusto por el que peleaban los luchadores que desaparecieron sigue existiendo sostenido por los funcionarios de todos los partidos políticos, ahora con costuras y prótesis y muletas y vendajes, supurando pus por las heridas, impresas en la fotografía que ocupa la primera plana de todos los diarios.

¿Qué clase de historia le contamos a los pibes? ¿Qué foto elegimos mostrarle?

Quizás -ahora que la democracia desnuda nos muestra que sólo ha sido una manta corta que abriga sin llegar a cubrirnos los pies- podamos contar esa otra parte que falta y los relegados y los resentidos que no tienen dónde verse reflejados, frente a un sistema que los reduce a consumidores y los encuentra a altas horas de la noche buceando etiquetas psicológicas en internet para saber si son Personas Altamente Sensibles, tienen TDAH, Autismo o simplemente están aburridos; entiendan que la oscuridad profética que prometió este gobierno no es la única alternativa. Quizás entonces vuelva a sonar con sentido la palabra “revolución”.

Tal vez así tengamos de nuestro lado las fuerzas del cielo y tengamos que dejar de hacer Memoria y pedir Verdad y Justicia, colocando baldosas y dibujando pañuelos en el suelo. Y porque ninguna lucha es estéril cuando nos reconcilia con la vida, es imperioso volver a contar la historia completa, para escribir el futuro que no vemos en la foto y reivindicar el pasado que tenemos por delante.


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