La masacre educativa

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Por Alberto Morlachetti

  (APe).- Hace once años escribíamos, a partir de estadísticas santafesinas, que decenas de miles de niños abandonaban la escuela en esa provincia. El análisis que entonces hacíamos es brutalmente vigente. Hoy, desvestida de las estadísticas, creemos que es necesario reiterar esta mirada. Centenares de miles de niños abandonan, año tras año, el sistema educativo y emprenden el triste camino que los conduce al semi analfabetismo, el atraso, la marginación y la degradación. A eso, en Barbiana, lo llamaban genocidio intelectual. Lo llamaban “la masacre educativa”.

“Que en Italia –escribían, en 1967--, séptimo país desarrollado del mundo, mueran anualmente para la cultura 462 mil personas, nos parece escalofriante. Un verdadero genocidio intelectual...”

Usando las mismas palabras de Barbiana, hoy podemos decir: “que en Santa Fe, corazón de la pampa gringa, una de las provincias con mayor densidad agrìcola e industrial de la Argentina, mueran anualmente para la cultura 26.600 personas, nos parece escalofriante. Un verdadero genocidio intelectual”.

Recuerdo de Don Milani

El próximo martes, 27 de mayo, cumpliría 80 años el cura Lorenzo Milani, (“Don Milani”), fundador de la Escuela Popular de Barbiana. Seguramente será recordado por sus alumnos, y por los alumnos de sus alumnos, en una aldea de las montañas de Toscana, una aldea que ya no es la misma desde que Don Milani pasó por allí, desde que escribió en una de sus paredes, con un grueso terrón de cal: “La obediencia ya no es más una virtud”

Pero el mejor homenaje posible a Don Milani lo hicieron ocho de sus alumnos, pocos meses después de su muerte, cuando publicaron la “Carta a una profesora”, pequeño libro que pronto dio la vuelta al mundo, y que resume doce años de trabajo con los chicos “rechazados”, con los “desertores” y “repitentes” de la escuela pública italiana.

“Carta a una profesora” tiene testimonios, graffiti, misceláneas; es un libro apasionado, escrito con furia y esperanza. Denuncia. Desenmascara. Acaba con los eufemismos y las paradojas sobre la “educación obligatoria”, sobre la “deserción escolar”. Ningún funcionario de la “cartera educativa” podría leerlo sin ponerse colorado, sin avergonzarse, tanto en Italia como en la Argentina, en Toscana como en Santa Fe, en Barbiana como en 9 de Julio, Vera o General Obligado.

Hagamos ahora unas pocas citas de ese libro escrito por los primeros alumnos de Don Milani. Que ése sea, modesto, nuestro homenaje:

“Querida señora: Usted no se acordará de mí, ni de mi nombre. Ha eliminado a tantos. Yo, en cambio, me acuerdo seguido de usted, de sus colegas, de esa institución que llaman ‘escuela’ y de los muchachos que ustedes ‘rechazan’ (...) Hace años, en primero de la Normal, yo me volví tímido frente a usted. Por cierto, la timidez me acompañó toda la vida. Cuando era chico, no levantaba los ojos del suelo. Me pegaba a las paredes para que no me vieran. Al principio, pensé que era una enfermedad mía o, a lo sumo, de mi familia. Mamá es de las que se asustan ante un formulario de telegrama. Papá observa, escucha, no habla. Más tarde, creí que la timidez era el mal de la gente de la montaña. Los campesinos de la llanura me parecían más seguros. Y los obreros, ni que hablar. Ahora, veo que los obreros dejan a los ‘nenes de mamá’ los puestos de responsabilidad en los partidos... las bancas en el Parlamento... al final, ellos son como nosotros. La timidez de los pobres es un misterio más antiguo. No sé explicárselo, porque estoy adentro de eso. No es por cobardía ni por heroísmo. Es por falta de prepotencia...”

“Hojeando los libros de texto, uno no ve más que plantas, animales, estaciones. Se diría que sólo un campesino podría escribirlos. Sin embargo, sus autores salieron de la escuela de ustedes. Basta con mirar las figuras: campesinos zurdos, palas redondas, azadas de gancho, herreros con herramientas de los antiguos romanos, cerezos con hojas de ciruelo (...) Mi maestra de primero me dijo ‘Súbete a ese árbol y arranca unas cerezas para mí’ Cuando se lo conté a mi mamá, ella me dijo: ‘Y ésa, en la vida, ¿qué aprendió? Pero le dieron la habilitación a ella, y me la niegan a mí que no llamé ‘árbol’ a ningún árbol en mi vida; porque los conozco por su nombre, uno por uno. Conozco también los sarmientos: los podé, los recogí y con ellos prendí el fuego para el pan...”

“Sobre los hombres, también ustedes saben menos que nosotros. El ascensor es una máquina para ignorar a los vecinos. El automóvil, para ignorar a la gente que toma el ómnibus. El teléfono, para no verle la cara al otro y entrar en su casa (...) Quizàs usted no, pero sus alumnos que conocen a Cicerón ¿cuántas familias, de gente que está viva, conocen de cerca? ¿en cuántas cocinas entraron? ¿a cuántos fueron a velar? ¿cuántos ataúdes llevaron al hombro? ¿en cuántos pueden confiar, en caso de necesidad? (...) Si no fuera por la inundación, ni siquiera sabrían cuántos son los de la familia de la planta baja...”

“El encargado de estadísticas es Jorge. Tiene 15 años. Es otro de esos muchachachitos que ustedes decretaron incapacitado para estudiar. Con nosotros, anda bien. Por ejemplo, ahora, hace cuatro meses que está sumergido en estas cifras para el libro. Ni la aritmética le parece pesada (...) Nosotros le ofrecimos que estudiara para una finalidad noble: el sentirse hermano de 1.031.000 rechazados como él, y disfrutar de la dicha de vengarse y de vengarlos (...) Decenas de anuarios estadísticos, decenas de escuelas visitadas o consultadas por correspondencia, viajes al Ministerio, días enteros con la máquina de calcular (...) pero ninguno de ustedes tiene una idea clara de lo que sucede en la enseñanza...”

“La escuela tiene un solo problema: los muchachos que pierde. La escuela ‘obligatoria’ que ustedes dicen, pierde por el camino 462.000 al año. A esta altura, los únicos incompetentes en cuanto a enseñanza son ustedes, ustedes que los pierden y no se dan vuelta, para recobrarlos...”

Hasta allí, los fragmentos de un pequeño libro, apasionado, escrito en la Escuela Popular de Barbiana, hace casi cuarenta años. Parece que les estuviera hablando, hoy, a esos ministros y ex ministros, secretarios y ex secretarios, que coinciden en mencionar los “factores socioeconómicos” para explicar la “deserción escolar”, o bien elaboran –como en Santa Fe, el año pasado—el Programa Focalizado de Mejoramiento Pedagógico, para combatir la deserción escolar...

Ellos no podrían sostenerle la mirada a uno sólo de aquellos chicos de Don Milani. Porque son los que los pierden. Y peor que eso: los que los pierden y no se dan vuelta para recobrarlos.

Nota publicada en APe el 21 de mayo de 2003

Edición: 2751


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