La masacre de Río

|

Por Alberto Morlachetti

(APE).- Imaginarse escenarios de futuro, de indignación frente a lo que niega la dignidad, es un ejercicio que va contra la naturaleza de las cosas. Lo que está en juego es el proyecto humano. Pero nuestro corazón de humanidad está todavía cerrado a otras perspectivas de solidaridad como ternura de los pueblos, escribe Alejandro Cussiánovich.

 

Agitar una bandera blanca y rendirse sin condiciones al presente, a su mediocridad y a sus injusticias. No cabe ya pensar en la producción del futuro, sino apenas el consumo del presente; no hay más creación, apenas repetición.

Las grandes transformaciones del capitalismo mantienen y amplifican su originario carácter discriminador, excluyente, incapaz de dar posibilidades de vida a las mayorías recurre al exterminio en sus formas infinitas. El 23 de julio de 1993 en Río de Janeiro un grupo de policías militares disparó con ametralladoras contra más de 50 chicos que dormían en la plaza que rodea a la iglesia de La Candelaria. Ocho niños murieron huérfanos de abrazos. En realidad eran los heraldos negros que nos manda la muerte anticipaba Vallejos.

Arriba, en la noche del 31 de marzo -hace unos días- había constelaciones y muchos comenzaron a mirarlas, quizás para contabilizar la infinita posibilidad de la belleza. Abajo, había tantas fieras insomnes como estrellas, en la ciudad de Río de Janeiro. Un grupo comando formado por policías-militares asesinó a 30 personas -incluidos muchos niños- que fueron masacradas en los barrios de Posse, Nova Iguacú y Queimados, de la Baixada Fluminense: cartografías de la miseria, de los días y del llanto, del gozo y su ceniza voladora.

Cualquier calle es un patio lleno de sospechas y alguna alegría: texturas de papel que disputan los niños cartoneros en la inocencia terrible de la resignación. Matar pobres es un acto blanco y propietario, amasado y pensado: “Si el vagabundo está fuera de la ley de los intercambios sociales, no puede esperar misericordia, y debe ser combatido como un malhechor”.

La monstruosidad de la masacre no altera la vida ni modifica el bestiario de la imaginación. No son los animales fabulosos los que son imposibles escribe Foucault. Lo que viola cualquier imaginación, cualquier pensamiento posible son esos perros sueltos que matan a mansalva en un espacio vacío de cualquier emoción que separa los unos de los otros.

Fuente de datos: Diarios Clarín y Página/12 02-04-05

 


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte