La Masacre de Quilmes

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(APe).- ¿Por qué conferir al exterminio una sola piedad? Es necesario la literatura transparente de la crónica: El 20 de octubre, Diego Maldonado, Manuel Figueroa ambos de 16 años y Elio Giménez de 15, se encontraban alojados junto con otros catorce niños en la Comisaría Primera de Quilmes. Esos niños estaban más allá de todo socorro. Aunque lo pidieron a gritos: ¿Hay alguien por ahí? ¿Un oído? ¿Una mirada? ¿Un corazón siquiera? Pero sólo quedaron cenizas de la desolada escritura de sus vidas narradas en los muros.

 

Cuentan que “El fiscal Andrés Federico Nieva Woodgate -que interviene en la causa- tomó declaración a los sobrevivientes. Los chicos hicieron relatos coincidentes y escalofriantes de esa jornada: afirmaron que fueron golpeados ferozmente antes del incendio y también después. Incluso, dijeron que recibieron azotes con un palo de goma aquellos que tenían la carne viva por las quemaduras sufridas minutos antes”.

Del expediente judicial no se infiere que el fuego haya surgido de un motín y el abogado Rodolfo Yanzón -de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre- denuncia que se tiró combustible, poniendo la mirada sobre la policía. También señalaron que las puertas de la celda se abrieron tardíamente. Según Cintia Castro, representante del Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos, “la muerte de uno de los chicos fue consecuencia de golpes que le propinaron y no de quemaduras por el incendio registrado en la celda”. Niños encarcelados -alborotos de inocencia- inexplicablemente lejos de la Convención de los Derechos del Niño: historias sin asilo.

El asesinato sistemático de los niños de esta tierra pide una ventana a gritos luminosos que los libere de esas cárceles del terror donde hasta los ciegos deletrean la escritura del látigo como escribe Octavio Paz. Los medios no resaltan, sin embargo, la muerte de los pibes o el sufrimiento sin límite de esas madres pobres que caminan con el mentón vencido por la angustia. Pero los niños de Quilmes irán repitiendo por la historia sus clamores. Cada testimonio -como dice Levi- nos habla más allá de sus palabras, más allá de su melodía, como la realización única de un canto.

La masacre de la comisaría primera de Quilmes -en el mes de los pájaros- la imagen de los cuerpos prisioneros de la tortura y el fuego, un espanto fijo, tres niños muertos, varios heridos graves. Recluidos en una Comisaría -donde nunca debieron estar- muestra el rostro diabólico de un sistema. Las palabras desamparadas, mordiéndonos la lengua, la tristeza, los deseos, el dolor que aprieta por dentro. Si cada niño que nace -diría Martí- es una razón para vivir, ¿no será necesario -entonces- que llamemos con todas nuestras lágrimas para entretejer otro tiempo?

Fuentes de datos: Diario Infobae 21-10-04 / Hoy.Net de La Plata 26-10-04 / Página/12 y Clarín 27-10-04 y fuentes propias

 


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