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Por Alberto Morlachetti
(APE).- El silencio -a veces- se impone a las voces cantarinas de los pibes pobres: materia prima a eliminar. El asesinato de los inocentes es el resumen simbólico de un proyecto de mutilación de la vida y de la cultura cuya identidad y creatividad nacen en los arrabales de la ciudad. Cuyos más comprometidos exponentes son esos jóvenes que van contando los años por relevos de rosas, que con palabras no dichas construyen sus utopías con ojos de desamparo y necesidad rabiosa de ternura.
No debían estar en esa Comisaría, donde pierden sentido categorías como dignidad y respeto, sino también la propia idea de un límite ético. Los derechos consagrados en las leyes son como los paisajes más bellos impresos en las postales, podemos echarle una mirada, pero nunca sentiremos la caricia pura de un río.
Venían recién viviendo la vida Alexis Rojas y Víctor López con sus 16 años cuando murieron carbonizados por un incendio en la celda de la Dirección de Asuntos Juveniles dependiente de la policía provincial de Santa Fe. El crimen -de eso se trata- ocurrió a las 4 horas de la Navidad en Presidente Illía al 1300 en la ciudad capital.
Hay una región de lo humano en la que los conceptos de vida, alegría y ternura no tienen sentido. La masacre de Quilmes o la de Santa Fe son esos territorios inasibles que están más allá de todo socorro. Alexis-Víctor son inscripciones en la memoria que recorrerán los tiempos encendiendo la luz de alguna lágrima, volviéndose inminente, porque ninguna ética puede albergar la pretensión de dejar fuera de su ámbito una parte de lo humano.
Los niños que murieron son como los escritores que han perdido sus manos, salvajemente mutiladas, para que no prediquen el evangelio de su disidencia, ni siquiera en el gráfico y terrible lenguaje de las paredes de un calabozo.
Fuente de datos: Diario La Capital - Santa Fe 27 y 28-12-04
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