La marca

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Por Carlos Del Frade

(APE).- Tato ya quedó marcado.   Tiene doce años y se le abrió una causa por hurto a pedido de Cargill y la Prefectura del departamento San Lorenzo, provincia de Santa Fe.   En la medianoche del 9 de setiembre de 2004 estaban embolsando soja que se había caído de los caños que van de la multinacional a los barcos.   Junto a sus dos amigos querían vender aquellos restos como comida para chanchos.

Estaban junto al Paraná.

No había alambres. Sólo soja caída, maderas podridas y en lo alto se adivinaban los galpones de la multinacional.

Un vigilador privado se dio cuenta de lo que hacían los chicos y pidió apoyo a la Prefectura. “Oscar Gerónimo Rinaldi, empleado de la firma de vigilancia MFP en la planta de Cargill, señaló que cerca de la medianoche vio a los tres chicos debajo del muelle de barcazas cargando cereal en bolsas. Habían llenado seis bolsas de 50 kilos cuando advirtieron la custodia y huyeron. Menos Tato que, al no hacer tiempo, se escabulló en un hueco del muelle. Otro custodio de MFP, Antonio Luján Ayala, lo sacó de ahí tiritando de frío y el ayudante Jorge Falcone de Prefectura le labró un acta por hurto, que lleva el número 48/04. El caso fue recibido en el juzgado de Menores Nº 2”, cuenta la crónica periodística.

Tato es la síntesis de las ideas dominantes en estos crepusculares inicios del tercer milenio en la Argentina.

Con doce años Tato debería estar jugando, terminando el séptimo año y soñando con su primer amor.

Pero estuvo marcado desde el principio.

Antes que su nombre figurase en un expediente judicial que se encarga de tranquilizar a todos aquellos que vociferan penalizar a los delincuentes casi desde la cuna.

Tato ya estaba marcado por la gran invención argentina de las últimas décadas, la pobreza.

Dicen las cifras oficiales que hay 151.630 chicos menores de catorce años que son pobres en la zona del Gran Rosario.

Tato multiplicado por 151.630.

De tal forma, hay 151.630 delincuentes en potencia que deberían ser castigados como Tato. Por las dudas, por embolsar soja desechada y olvidada en una playa sin alambrados o por juntar moneditas en una esquina o por vender estampitas o por mirar juguetes del otro lado, siempre del otro lado, de las grandes vidrieras de los centros de tantas ciudades importantes.

Tato ya quedó marcado con sus doce años.

Una doble yerra junta su cuerpo y su existencia.

La impuesta por el sistema que concentró la riquezas en pocas manos y la tranquilizadora acción de los prefectos y la justicia santafesina que condena a futuro.

Tato debería saber de sus marcas.

Que todo lo que haga siempre será visto como una amenaza.

No importa que tenga doce años.

Cargill está feliz.

Factura a razón de 14 mil pesos cada sesenta segundos y su fábrica en Puerto San Martín se ubica en la terraza que asoma al Paraná donde en 1846 un grupo de gauchos, algunos pibes como Tato, pelearon contra una veintena de buques de guerra de la principal potencia imperial del siglo XIX, Gran Bretaña. Porque entendían que defender la tierra era defender la posibilidad de ser libres y felices.

A Cargill no le interesan las leyendas.

Le basta con saber que puede marcar las vidas de los que están afuera.

De los que serán delincuentes por ser pobres, como dicen muchos.

Y si no son delincuentes, bienvenidos los ejemplos.

Tato, de solamente doce años, ya está marcado.

Desde la cuna y al final de su niñez.

Por ser pobre, por las dudas, porque así son las cosas.

Fuente de datos: Diario La Capital - Santa Fe 28-11-04


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