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Por Bernardo Penoucos
(APe).- La Real Academia Española sugiere que la empatía es el sentimiento de identificación con algo o alguien. No dice con quiénes, ni aclara con cuántos. A nuestra merced queda la interpretación o, según nuestro maestro Galeano, la capacidad de sentipensarnos.
¿Vale morir de empatía?¿Puede uno enfermar de sentimiento empático a estas alturas -o bajezas- del mundo?
El niño sirio descansa herido en la hamaca que su padre y con sus brazos le guarda. El padre mece al niño sirio y el mundo descubre aterrado la imagen del dolor. No hay análisis internacional que logre detallar argumentativamente momento como ése. El dolor de la muerte entre bombas se nos mete en el hueso, lo astilla y nos derrumba. Lo hablamos, lo discutimos y nos empatizamos. Pero dura un rato y ya. Fugaz dolor que nos venden y nos sacan de un canal al otro.
La imagen del niño muerto en las playas de Turquía también generó estupor, quizá aún mas que otros miles de niños que también yacen sobreviviendo o muriendo en cualquier guerra de nuestro mundo. El dolor, también en este caso, se nos metió profundo en la piel de televidentes y lectores. De nuevo la acción de empatizar se esfumó como voluta de humo. Cambiamos de canal, cambiamos de frecuencia y ya.
Pero insisto: ¿se puede vivir empatizando cotidianamente?¿tenemos la capacidad de ponernos en el lugar del otro? Y parafraseando al Che: ¿somos o fuimos en algún momento capaces de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo como propia? ¿Podemos vivir, en paz, sintiendo y doliendo como sienten y duelen los más? ¿Podemos vivir, mansamente, una vida llena de nada y repleta de futuro puertas adentro?
Se cae el mundo, hace rato y hace ruido. Los despojos llueven como llueve el agua cuando el cielo se encapota y escupe su rabia. El mapa mundial es fuego, es olor a destrato y es desesperación.
Por ahora, lo que abunda es la mano que seca la lágrima.
Pero sólo la nuestra. La de a ratitos. La fugaz. La que nos emociona frente a la TV en el almuerzo o en el largo letargo del que, por ahora, no podemos, no queremos o no nos dejan despertar.
Edición: 3594
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