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Si los canallas han asaltado el poder, si los decididores piensan como planillas de cálculo, si la infancia y la vejez son deficitarias, si la crueldad es la herramienta y el odio el argumento, hoy más que nunca la mano alzada de Darío es la redención de una humanidad que fracasa todos los días.
Por Silvana Melo
(APe).- Hace veintidós años, en un junio helado y gris, un arroyito de sangre corrió por la avenida Yrigoyen, esa que marca un trazo por la mitad del conurbano sur. Desde la estación fluyó el ardor de las heridas de los dos y desde ahí nació una mitología de la belleza militante, del cuerpo puesto por el otro, del pecho en medio de las balas por la vida del otro. En medio de la cotidiana pedagogía de la crueldad que este tiempo anda imponiendo, la mano de Darío Santillán es la humanidad misma que se reconcilia con su propia condición.
Esa mano alzada, como barrera de detención de la andanada brutal de la bonaerense para cubrir la agonía de Maxi Kosteki, eclipsa la sonrisa espantosa del comisario Franchiotti en medio de la masacre o el disfrute de sus discípulos mientras colocaban hacia arriba las piernas de Darío para facilitar su desangre. Esa mano alzada de Darío Santillán, ese quilmeño trabajador de 21 años, rescató a esta humanidad cercana del barro atroz y la puso en un altarcito en la estación para que nadie se olvide de que hay un retacito que se salva. Maxi murió finalmente y dejó un poema en la pared de la estación que se llama como ellos aunque pocos lo recuerden y muchos lo refuten en estos tiempos de negación de la pobreza, de la justicia, de la militancia, de la lucha.
Si los canallas han asaltado el poder, si los decididores piensan como planillas de cálculo, si la infancia y la vejez son deficitarias, si la crueldad es la herramienta y el odio el argumento, si a los legisladores se los trata de degenerados y ratas pero de todas maneras aprueban una ley que entrega esta tierra y condena a la población más frágil y castigada, hoy más que nunca la mano alzada de Darío Santillán es la redención de una humanidad que fracasa todos los días.
La sangre de Darío se mezcló con la de Maxi y fluyó desde la estación por la orillita de la avenida. Corrió y corre, desde Avellaneda a los confines de este sur. Darío no pudo detener la muerte. Y cayó él mismo bajo esas balas. Hoy más que nunca está aquí. Hoy más que nunca, frente a los crueles.
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