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Por Carlos Del Frade
(APe).- Los actuales funcionarios de los ministerios de Seguridad de las principales provincias argentinas reclaman estadísticas confiables sobre los delitos sufridos por la población. Las que existen son las elaboradas por las fuerzas policiales, una fuente cuestionable desde todo punto de vista. A treinta y dos años de recuperada la democracia, las instituciones represivas provinciales siguen refractarias a los controles y la transparencia, al mismo tiempo que se repiten los casos de brutalidad en distintas geografías del país. Pero más allá de esta urgencia, los números actuales reflejan edades que se repiten y también memorias de un recurrente exilio. Víctimas y victimarios suelen protagonizar el abandono de la escuela a edad temprana, tanto de la secundaria como de la primaria.
De acuerdo al Ministerio de Educación de la Nación, cada año, 35 mil chicas y chicos abandonan la escuela primaria.
Dejan el territorio del conocimiento, el primer grupo de amigos y amigas, del pensamiento crítico, la belleza del arte y la seducción del deporte. Esas aulas donde celebrarán la palabra, los cumpleaños y sentirán protección ante cualquier infortunio que vendrá del mundo que está más allá de la escuela.
La cifra es grande, notoria, contundente. 35 mil chicas y chicos menores y hasta los doce años que abandonan el primer ámbito de socialización, aquel que puede darles un sentido existencial, una esperanza, un proyecto y la certeza que todo es más sencillo si lo hacen entre amigos y compañeros.
En las historias de cada una de las provincias argentinas, anidan crónicas de maestras que se jugaron la vida para que cada chiquita, cada chiquito pueda estar en la primaria porque sentían que sin ese tránsito, las pibas y los pibes se volverían menos humanos.
¿Qué dirían hoy maestras como Angela Peralta Pino, la llamada maestra caracol, que iba con su carromato repleto de sumas y restas, oraciones y mapas, metiéndose en el latifundio de La Forestal, en el norte profundo santafesino, tratando de arrebatarles los chicos y las chicas a la brutalidad planificada?.
Dicen las crónicas de la provincia de Santa Fe que aquella escuela, “montada sobre ruedas, era ágil. Estaba constituida por una casilla de madera que a su vez se dividía en un aula y dos compartimientos para cocina y baño. Un tractor la llevaba de destino en destino, arrastrando además un carrito aguatero. El 26 de marzo de 1940 sale de Tostado llevando a su directora titular -Angelita- a quien acompañaba su tía Laura Pino de Pereyra. Era la Escuela Rodante Nro. 942. Su misión: internarse en los quebrachales para combatir el analfabetismo, y como aspecto insoslayable de su quehacer civilizador, normalizar las relaciones entre el hombre y la mujer, socorrer las necesidades de la problemática sanitaria del medio, contrarrestar los efectos morales y perniciosos del hambre y del hacinamiento y aunar todo ese trabajo con una obra evangelizadora social-cristiana. Parten hacia el obraje que distaba 170 km. Pasan horas de angustias en el traslado. Los víveres comienzan a escasear.
A la mañana Angelita observa el ambiente y la manera de actuar de los niños a los que tendrá que comprender para poder guiarlos. Observa las viviendas construidas de palo a pique y de un solo recinto, rodeadas de bolsas o con dos paredes embarradas, y las otras cubiertas de una planta parásito, parecida a las que suben a las palmeras. Ni puertas ni ventanas. Las camas, horcones elevados clavados en el suelo, y palos cruzados sobre los mismos cubiertos por bolsas que deben servir de colchón. Familias de hasta siete hijos y perros que duermen con ellos”, señala la memoria sobre la maestra caracol.
“Comprueba con dolor que los chicos duermen debajo del catre de los padres, sobre bolsas, y se tapan con ponchos raídos. Los calentará la cercanía de los perros. Pulgas, vinchucas, piques, garrapatas y mosquitos abundan. Poca carne. No hay leche. Tampoco verdura. El jornal escaso, satisface la mayor parte de las veces sólo el vicio del alcohol que hace irresponsable a los hombres. Las mujeres, indolentes. Este es el panorama que encontró la educadora al llegar a destino. Ella desconoce horarios, cultiva sentimientos, transfiere habilidades. No ceja en el esfuerzo. A su lado, sólo el monte lleno de riquezas y de miserias a la vez.
En 1941 ya asisten 14 niñas y 15 varones, y Angelita escribe: "El ambiente se va modificando. Lentamente se transforman los sentimientos, y la influencia educativa llega al corazón indomable del hachero". La población de "Los Guasunchos", acabado el desmonte en el lugar emigra, y la "Maestra Caracol" -como era nombrada- lo hace junto a ellos y se instala en "Los Quebrachales". Cuando en ese lugar también termine la tala del quebracho colorado, ella los seguirá al obraje de "Itapé". En ese claro de la umbrosa selva es Angelita quien dice: "En el fondo, siempre, simplemente, seres humanos"”, sostiene la página oficial sobre Informes Culturales de la provincia de Santa Fe.
Lo cierto es que, según datos oficiales del Ministerio de Educación nacional, cada año abandonan la escuela primaria alrededor de 35 mil chicos en la Argentina, con una tasa de abandono interanual del 0,78 por ciento, sobre un universo de 4,5 millones de alumnos que asisten a ese nivel educativo en todo el país.
Quizás, entonces, sea fundamental recuperar el espíritu de aquella “maestra caracol” desde el propio estado. Para ir en busca de esos 35 mil chicos y chicas exiliadas de la escuela primaria argentina. Para que las aulas vuelvan a sembrar proyectos de vida, para que la actuales “maestras caracoles” no se sientan tan desguarnecidas ante tantos alumnos que piantan muy antes de tiempo como consecuencia de la ferocidad que está más allá de las paredes de la escuelas.
Fuentes: Ministerio de Educación de la Nación; Portal de Informes Culturales de la provincia de Santa Fe.
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