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Por Silvana Melo
(APe).- Hubo demoras, dicen las informaciones. Que siempre pondrán el acento en el fastidio que los anónimos generan en el transcurso social. Dos hombres jóvenes, dos flacos, dos ocupas de los márgenes, se treparon al techo del tren Roca que venía de Mar del Plata. Tal vez en su desvarío adquirido creyeron en la libertad de ese aire que pega en el pecho cuando se mira al mundo desde arriba. Tal vez en medio de esa vida pésima se creyeron dios o gardel o el diego en el techo del Roca. Mientras la gilada viajaba adentro, sube mediante.
Un minuto eterno de osadía.
Hasta que el sur del conurbano pone las cosas en su lugar. No hay corajes ni delirios de valentía que queden en pie en la tierra arrasada. Donde se hacinan todos y todos son cada vez más pobres y todos tienen cada vez menos trabajo y la dignidad se guarda en el bolsillo como un bollito de papel. Cada vez que se corta la luz se guarda. Cada vez que se arma la pelopincho para todo el vecindario de ocupas en la vereda. Cada vez que no alcanza la comida para todos. Cada vez que la esperanza termina en la olla con papas y fideos.
Quién sabe qué pasó por la cabeza de esos dos antes de treparse al techo del Roca que cerca de Gerli los estrelló contra la catenaria a 25.000 voltios. Suficientes para hacer andar un tren y para cocinar dos seres humanos que por un segundo fueron noticia en los medios porque hubo demoras. No porque la catenaria (bello nombre para apenas una torre eléctrica) se los llevó puestos en el mismo momento en que se sentían dios o gardel o el diego.
Entonces ardió la mañana y los trabajadores de las 7,44 fueron bajados a las vías y conminados a caminar con el terror de la lógica de otro tren fatigando las mismas vías. Sin saber que dos residentes de ningún lugar habían tocado el cielo en el techo del Roca. Hasta que los mordió una catenaria de 25.000 voltios. Y ellos, los trabajadores de las 7,44, caminan con las piernas flojas del terror.
En el sur del conurbano el mundo entra en peligro.
Edición: 3808
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