Sobre el desastre de Bahía Blanca

La inutilidad del voluntarismo

Un análisis lúcido y profundo acerca de los modos de encarar una campaña solidaria tras un desastre o emergencia como el vivido por estos días en Bahía Blanca. Sibila Camps, periodista, escritora, educadora en periodismo advierte detalladamente acerca de errores y aciertos a más de 25 años de su primer manual en la materia.
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Por Sibila Camps1

(APe).- Oí que C5N está organizando una colecta para la población de Bahía Blanca, cuya cabeza visible es Justo Lamas2; a los ojos y oídos de casi todo el mundo quedarán como adalides de la solidaridad, tal vez también del altruismo (o de la RSE, responsabilidad social empresarial). Piden agua, lavandina y otros artículos de limpieza, pañales, alimentos no perecederos, calzado… El traslado implica: 1) voluntarixs para clasificar las donaciones; 2) voluntarixs para conseguir cajas donde ubicarlas; 3) voluntarixs para guardarlas en las cajas; 4) voluntarixs que acepten poner su camión o pickup y tener el vehículo parado por al menos tres días; 5) voluntarixs que cargen los vehículos; 6) dos choferes voluntarios por vehículo, que puedan estar sin trabajar durante tres días; 7) donantes que paguen el combustible; 8)) donantes que paguen lo que consuman los choferes; 9) manejar por 636 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, siempre y cuando no haya rutas cortadas. En caso de conseguir tantxs voluntarixs y dinero, ¿se imaginan el costo gigantesco que implicará cada litro de lavandina que llegue a Bahía Blanca, cada paquete de fideos…? ¿Tendrán cómo cocinar los fideos?

Hace varios años, durante una tremenda sequía en el Chaco, muchxs periodistas de todo el país hicieron notas elogiosas porque a una niña santafesina se le había ocurrido invitar a sus compañerxs de colegio y a la comunidad educativa a llevar una botellita de agua. “Una gota, con ser poco, con otras se hace aguacero”, decía Daniel Viglietti en su “Milonga de andar lejos”. Pero eso no aplica en los desastres y en las emergencias: cada botellita de agua terminó costando varias veces más que si hubiera sido comprada en cualquier supermercado chaqueño.

Lxs profesionales especializadxs en desastres alientan en primer lugar la donación en dinero, no sólo porque el costo es menor sino también porque ayuda a reactivar el comercio local o regional, golpeado por la emergencia, y de ese modo vuelve a poner dinero en circulación; fue lo que con buen tino se decidió hace poco, con los incendios en la zona de El Bolsón.

En segundo lugar, si quienes coordinan la atención de la emergencia lo consideran imprescindible, la donación en especies debe ser cuidadosamente organizada –qué hace falta y de qué características, qué NO hace falta–, para no malgastar tiempo ni esfuerzos. A título de ejemplo, la ropa de verano no sirve en lugares donde hace frío y viceversa; cierto calzado es totalmente inútil en lugares inundados o llenos de barro; eso, en el caso de que se trate de elementos en buen estado… y de que las donaciones no incluyan colecciones de corbatas, disfraces infantiles o zapatos taco aguja.

Aprendí todo esto hace ya muchos años, a medida que fui especializándome en la cobertura de desastres y emergencias. Mi primer manual sobre el tema salió en 1999; lo revisé, corregí, actualicé y amplié en 2017: “Periodismo sobre desastres. Cómo cubrir desastres, emergencias y siniestros en medios de transporte”, editado por Eudeba. A las y los colegas que quieran realmente ayudar a las personas afectadas por esta tragedia –que lamentablemente se repetirá en cualquier otra parte del país–, les sugiero que se capaciten; no alcanza con saber sobre meteorología o sobre sismos, sino también sobre gestión de riesgo. De lo contrario es muy probable que sea peor el remedio que la enfermedad.

480 especialistas en emergencias, despedidos

No oí a ningún/a periodista preguntar[se] por qué no fueron a Bahía Blanca el ministro de Salud ni la ministra de Desarrollo Social, perdón, de Capital Humano. En este último caso conozco la respuesta: el Ministerio fue descapitalizado, de capital y de humanxs; fue decapitado, mutilado y en gran parte desaparecido. Una semana antes del diluvio, el 28 de febrero a partir de las 22.30 hubo una lluvia de despidos que arrasó con la Dirección Nacional de Emergencias Sociales (DINES), que fue eliminada del organigrama. Fueron 480 despidos, en su inmensa mayoría de profesionales altamente especializadxs, con más de 20 años de antigüedad, que fueron pasadxs a disponibilidad (según el DNU ómnibus, a los 6 meses podrán quedar en la calle), no reubicadxs en ningún área, y un número pequeño cuyos contratos fueron rescindidos.

La DINES incluía la Dirección de Apoyo Logístico, que contaba con tres depósitos –hasta 2015, siempre llenos para la asistencia inmediata– y camiones. Fueron cerrados los depósitos de La Plata y de Tafí del Valle, que abastecía al NOA. El personal fue diezmado y queda sólo el 20%. Contaba también con la Coordinación de Acción Directa, un equipo interdisciplinario de trabajadoras sociales, psicólogas y otrxs especialistas, que se articulaba con dependencias del Ministerio de Salud, sobre todo con la Dirección Nacional de Emergencias Sanitarias. Había también una Coordinación de Asistencia a Instituciones, con abogadxs, arquitectos, trabajadorxs sociales, etc., que articulaba con las otras dos áreas; allí trabajaba desde hace más de veinte años la doctora Laura Villaflor Garreiro, quien me proporcionó la información de esta nota, tras la consulta con ¿ex? compañeras y compañeros. Finalmente había además una dependencia más pequeña, encargada de Alimentos, destinados exclusivamente a situaciones de emergencia.

La DINES fue creada durante el gobierno de Néstor Kirchner, en el ámbito de la Subsecretaría de Abordaje Territorial, en el Ministerio de Desarrollo Social. “Se trabajó a full hasta 2015: las inundaciones de Santa Fe, el alud en Tartagal, las colas de tornados en el Gran Buenos Aires…–cuenta Villaflor–. Eran grandes operativos interministeriales, coordinados con los gobiernos provinciales”. Porque no se trata sólo de colchones, mantas, pañales y comida: allá iban funcionarios y empleados del Ministerio del Interior, para confeccionar de urgencia los documentos perdidos; allá iban trabajadorxs de la ANSES, para solucionar necesidades perentorias de pensiones; allá iba personal de la AFIP, para resolver trámites de CUIL y otros.

En pocos días se verá –o se esconderá– la cara que no muestran los canales ni los portales de noticias: las gripes y otras enfermedades respiratorias, las heridas y fracturas, los trastornos dermatológicos; sobrevendrán brotes de leptospirosis, el mal típico de las inundaciones. En pleno comienzo de clases, ¿cuántos chicos y chicas conservan sus útiles, su computadora…?

Hay una palabra que el actual Presidente odia tanto, que jamás la pronuncia, ni siquiera para denostarla: solidaridad. Otra palabra que no usa es organización. Y solidaridad organizada es el Estado presente, donde todas y todos aportamos para aliviar el sufrimiento a quienes fueron afectados por desastres y emergencias, y para ayudarles a recuperarse.

  1. Maestra de periodistas. www.sibilacamps.com ↩︎
  2. Cantante, periodista de C5N ↩︎

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