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Por Oscar Taffetani
(APE).- Una tarde de enero de 2001, el albañil Luis Álvarez, de 19 años, hijo adoptivo de Anselmo y de Claudina, pobres habitantes de un pobre barrio santafesino, fue embestido por un automóvil conducido por Aldo José Gallo, perdiendo la vida.
Con el patrocinio de un abogado local, esos dos viejitos que habían criado y educado a Luis demandaron al autor del homicidio y a la compañía de seguros “El Norte”, exigiendo una reparación material (ya que la moral no tiene peso ni medida) de 51.000 pesos.
La Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y Laboral de Rafaela, en segunda instancia, dictaminó la responsabilidad de Gallo en el homicidio, pero a la vez determinó que el resarcimiento correspondiente, por la vida perdida de Luis Álvarez, era de 8.000 pesos, ya que no más que esa suma -argumentaron- podía esperar a ganar, en su vida, un albañil pobre y joven como Luis, que ni siquiera había terminado la escuela secundaria.
“Sus sueños de progreso -leemos en la sentencia, con palabras que sublevan- culminarán, por el peso de la realidad, transformándose en verdaderas utopías..."
De modo que para esa Cámara que (supuestamente) administra justicia en un rincón de la pampa argentina, la vida de Luis y las esperanzas rotas de los viejitos Anselmo y Claudina, todas juntas, no valen más que 8.000 pesos.
En los días que corren, otra Cámara -la Civil y Comercial de Bahía Blanca- ha condenado a un cirujano plástico a pagar la suma de 85 mil pesos a una señora cuyo nombre no trascendió, y que lo había demandado por el resultado insatisfactorio de un lifting y de una lipoaspiración.
Los daños causados al rostro de la señora -vista su condición social- ascienden a 85 mil pesos, ya que la idea de verse bella y detener por un momento el inexorable paso del tiempo, para la justicia bahiense, parece no ser “utópica”.
Sí era “utópica”, para otro tribunal de esta justicia injusta que padecemos, la expectativa de Luis Álvarez de tener una casita de ladrillos, la de crecer, la de formar una familia y la de devolver con afecto y cuidado, a sus padres adoptivos, todo el amor recibido.
Por eso la cara (perjudicada) de una señora sin nombre, vale $ 85 mil, mientras que la vida de un pobre albañil cotiza, en la bolsa judicial, apenas $ 8.000. Ay, país.
El diccionario de la Real Academia dice que iniquidad (del lat. iniquitas) es “una maldad o injusticia grande”.
Ellos -Luis, Anselmo, Claudina, tantos- son las víctimas permanentes de una exasperante, sublevante y frustrante iniquidad judicial.
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