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Rosario y narcotráfico
Sin un Estado autónomo de las bandas criminales, no hay salida. Sin políticas sociales y de salud está el abismo. Con desembarcos ampulosos, actitud testicular y uniformes camuflados. Una bravata que no piensa en ganarle al narco en el ajedrez del día a día de los barrios populares.
Por Silvana Melo
Foto: Rodrigo Abd - AP
(APe).- La retracción planificada del Estado, la inhumación del Estado bajo las cuatro paladas anarcoliberales con la que sueña el delirio gobernante, la desaparición del Estado como sostén de aquello imprescindible pero no rentable, de aquello medular para el desarrollo humano, sensitivo, crítico, indisciplinado ante la supremacía, esa defunción del Estado es la puerta de entrada del narco al poder. Es la toma del Estado vacante. Deshabitado. Un no Estado.
Con 27 millones de personas pobres. Con empleos precarizados, planes desfinanciados y comedores populares con mesas vacías. Con más de diez millones de niños y adolescentes pobres.
Muchos de ellos preparados para llenar las cárceles. Para entrar hambrientos y salir delincuentes por obra y gracia del servicio penitenciario y el brazo del Estado que subsiste: el represor.
Dice Cecilia González: “Vengo del futuro. Militarizan Rosario, militares (y antes las fuerzas de Seguridad) son cooptados por el narco, crecen la violencia institucional, las violaciones a los derechos humanos, detenidos y asesinados. La violencia se exacerba. Pero nada frena al narcotráfico, el crimen trasnacional más lucrativo”. Cecilia es periodista. También es mexicana. Pero elige vivir en Buenos Aires. Llegó en estos días de México. Por eso el título de su extenso hilo en X. “Vengo del futuro”.
La militarización de Rosario no será más que servir a la mesa del narco la próxima fuerza que cooptará. Como ya son parte del enorme problema las policías de los estados provinciales más comprometidos. Y estos avances no suelen tener retorno.
Militarizar es jerarquizar. Proponer la conformación de un narcoestado. Permitir que con los líderes presos o muertos (Escobar en Colombia, Chapo Guzmán en México o Guille Cantero en Santa Fe) la organización siga en pie como si nada. Y llenar las cárceles de pobres. De consumidores y consumidos.
Disfrazar de guerra contra el narcotráfico lo que es una guerra contra los consumidores, contra los pobres o el narcomenudeo. Los grandes se mueven a otro nivel. Se sientan y negocian con sus pares. Lavan dinero y conciencias.
Sin un Estado fuerte, sin un Estado serio, autónomo de las bandas criminales, no hay ninguna salida. Sin políticas sociales y de salud, sin sentarse a discutir despenalizaciones posibles y necesarias, está el abismo. Y el punitivismo exacerbado que lo único que logra es muerte popular, inocente, sin sentido. Con los desembarcos ampulosos, de cine de acción, con actitud testicular y uniformes camuflados. Una bravata de rostro y manos duros pero vacía. Sin pensar siquiera en ganarle al narco en el ajedrez del día a día de los barrios populares. Donde el futuro lo ofrece el dealer y no una planificación para salir colectivamente de la miseria hacia una construcción sólida. Sin trabajo, con una educación que cada vez los retiene menos, con una esperanza mínima, el transa será el canto de sirena que atraiga a millones de adolescentes sin certezas.
Desde el poder parecen gobernar para la expansión del negocio más ingobernable del mundo. Si se privatiza la financiación de las campañas políticas, definitivamente se abrirán las grandes puertas con alfombras rojas para depositar el poder en quien objetivamente lo tiene, a través del dinero y la diversificación de sus actividades. Para quien tiene las armas y las herramientas para someter. Un estado móvil planetario que busca terreno fértil para descender.
La producción de más empobrecimiento implica más público cautivo para el negocio y más público cautivo como consumidores. Así lo ve la periodista mexicana que viene del futuro. La pobreza creciente buscará trabajo en el negocio creciente. Y a la vez encontrará anestesia en lo que ese negocio le vende.
Un tiempo sombrío y privatizado. Demasiado impiadoso para no poder cambiarle el rumbo de un sopapo en las intenciones. Y no es tarde.
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