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Por Silvana Melo
(APe).- Los pibes y las pibas de estos pies del mundo vivirán dos años en pandemia. En días donde asistirán a 30 mil contagios por día de un virus que cambia, que muta, que se transforma y está dispuesto a sobrevivir como una cucaracha destemplada. En días donde presenciarán 400 muertes diarias, ya con color de naturalidad porque a la tragedia también se acostumbra. Como al guiso con gorgojos del arroz del estado o a la casa demasiado pequeña para todos o al celular sin datos para entrar al classroom o a la burbuja intermitente que de pronto se esfuma como si fuera de jabón. Hay que cerrar. Aunque el enemigo no cierra.
Ellos viven, sobreviven y esperan. Que otros tomen decisiones en su nombre. Si juegan o no juegan, si comen o no comen, si van a la escuela o se quedan en casa o en lo que hay, si lloran o se comen las uñas, si duermen poco o están solos. Ven pasar por la locura berreta de la tele 30 mil contagios de ese virus pero también gente que dice que no existe y que la vacuna mata y ellos no entienden, no entienden. Ven caer sobre la mesa 400 muertos por día por ese mismo virus, que es como si se cayera un avión cotidiano en el patio, pero ven también gente que dice que esos muertos son una estrategia del gobierno para tapar quién sabe qué.
Ellos van a la escuela, una semana sí y una no. A veces no van porque hay miedo. Asisten por zoom o videollamada a una clase imposible. Por conexión deficiente o por comunicación endeble porque los dispositivos no dejan ver la angustia ni la mirada ni la impotencia de ellos y las y los docentes a los que les cae encima un tiempo para el que nadie los capacitó.
Anoche el Presidente dijo que hay que cerrar. Y volver a casa. Para no tener que lidiar con aquellos con quienes no habla, pondrá los federales en la calle. Y los gendarmes. Y los prefectos. Todos aquellos que tienen vasta experiencia en reprimir pibes en las villas y asentamientos.
Hay que cerrar, dijo. Porque los 30 mil contagios serán 40 mil en días y los 400 muertos serán 500 y los niños siempre son rehenes de todas las tragedias. De todas. Hay que cerrar pero el enemigo no cierra. Mientras el ánimo está puesto en no enfermarse y en no morir de hambre y de intemperie, en los montes y en las mesetas del país aparecen otra vez las compañías extrañas a querer explotar el vientre de la tierra y llevarse la plata y el oro y envenenar con cianuro el agua y el aire. Chubut y Andalgalá son mucho más que el mapa político en una clase de Geografía. Las fumigaciones indiscriminadas en los pueblos rurales no supieron de confinamientos y siguen cayendo, con la naturalidad de los muertos, en las cabezas de las niñas y los niños.
El enemigo no cierra.
Pero hay que cerrar. Para que el virus no se expanda aún más. Y llegue a los padres y a las madres y a los abuelos de los mismos niños que ven llover los muertos y que le rezan a algún dios para que no lluevan los suyos.
Habrá muchas changas en estos quince días que no se podrán, mucho trabajo que cerrará, mucho salario sin registrar que no entrará. Pero se cierra y no hay socorro. No hay IFES mezquinos de diez mil cada dos meses como en 2020. Que llegaron a nueve millones de personas en desamparo. En los ámbitos oficiales descubrieron en ese momento que había nueve millones en desamparo. No hay planes. Ni A ni B ni C. Sólo el bono de 15 mil para la AUH y los monotributistas de las categorías más bajas. Los ricos que tenían que poner una moneda por única vez, en una suerte de limosna indigna, fueron a la justicia para evitarlo. Los dirigentes políticos miraron para otro lado a la hora de bajarse las dietas. Y el Congreso aprobó por una unanimidad inédita una ley que reparte 60 mil millones de pesos –por impuesto a las Ganancias rebajado- entre una porción de la población que no es la más castigada. Ni mucho menos.
Los niños y las niñas son cada vez más pobres en estos pies del mundo y viven el segundo año en pandemia. Casi siete de cada diez vive sin lo básico. Muchos de ellos sienten cotidianamente hambre no saciada. A su alrededor, gente vestida de privilegios habla de libertad. Tres millones de nuevos pobres nacieron de la primera pandemia del 2020. Los padres y los abuelos de las niñas y los niños de estos días. Los mismos niños y niñas que ven caer lluvias virales alrededor. Los mismos que ya no juegan a la mancha sino al covid. Los mismos que escuchan morir y piden porfa que no sean los suyos.
Edición: 4300
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