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Por Alberto Morlachetti
(APE).- La escuela es hoy ese lugar donde se enseñan y aprenden cosas, que la mayoría de las veces no tiene nada que ver con lo que ocurre fuera de las aulas. No obstante sigue ocupando un lugar estelar -con desigualdades sociales cada vez más acentuadas- que lleva a preguntarnos cuánta equidad es necesaria para que la escuela pueda cumplir con su función social.
Destacamos que por debajo de la línea de pobreza la imaginación pedagógica -dentro del actual sistema- tiene un impacto poco significativo sobre los niños. Cuando el hambre inunda las aulas y los pibes tienen que comer para sacudirse la pesadilla de las esdrújulas, el timbre del recreo los salva, regalándole un instante de rayuela.
No hay fuente de riqueza ni de energía que pueda equipararse a la inteligencia humana que nos iguala a todos de salida para dejarnos producir esa ilusión llamada futuro. Pero la pobreza -como buena escultora- talla miles de cuerpos infantiles sin el talento de la espiga. Sin embargo un niño -si lo dejan- es una infinita posibilidad de destinos que se inscribe en el secreto nocturno de las pizarras. Hay quienes lo han buscado -escribe Borges- en un pájaro, que está hecho de pájaros, hay quienes lo han buscado en una palabra o en las letras de esa palabra.
Quizás ese niño de 13 años en Gral. Acha, en La Pampa, robando unos pesos, para comprar hojas y lápices estaba revelando un destino para él y sus 11 hermanos en el mapa del mundo que es de papel y a todo color: su última inocencia. En unos días llamará la campana y el hambre dibujará esferas de pan casero que rodarán en los pupitres, inalcanzables como un octaedro.
Fuente de datos: Diario La Arena – La Pampa 17-02-05 y Diario La Razón 18-02-05
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