La ignorancia de Pitágoras y el imperativo de Mafalda

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Por Carlos del Frade

(APE).- Pitágoras, cinco siglos antes de Cristo, reunía a sus discípulos alrededor del fuego y les decía que el misterio del universo, lo que es arriba y lo que es abajo, se resuelve a través de los números. Las cifras que descifran la vida. Ese era el objetivo del filósofo. Entender los por qué y el origen de las cosas. El principio y el fin. Veintiséis siglos después los números expresan la realidad, casi hasta límites intolerables de crudeza y simplismo, pero no parecen explicar ni mucho menos resolver.

 

Aquel monumento racional y explotador del otro que supo asumir como propio el esfuerzo de tipos como Pitágoras, ahora es capaz de mostrarse en cifras que no ocultan casi nada inescrutable. Son números de la evidencia, de la obscenidad de un sistema que devora a millones a cambio de la felicidad de pocos, de muy pocos. Occidente y el capitalismo es la historia que se refleja en sus números. La urgencia pasa por resolver el fin, la muerte de estas cifras.

Según la Organización No Gubernamental World Vision, hay una decena de condenas desatadas contra los pibes de la cápsula espacial llamada planeta Tierra.

Un látigo de diez puntas que se desata contra los cuerpos más frágiles, contra las sonrisas y las miradas más luminosas, contra la inocencia que rema a favor de ciertos valores que no cotizan en ninguna bolsa.

Una decena de bestialidades humanas, occidentales y capitalistas que disfraza sus víctimas de números, cifras y datos que por ahora revelan pero que no rebelan.

La condena de la pobreza, dice la Organización, podría terminarse con una donación del 14 por ciento de la riqueza de las 225 personas más ricas del planeta, unos 22 mil millones de dólares al año. En realidad he aquí una zoncera del sistema. El problema no es la pobreza sino la riqueza. Menos de la cantidad de personas que ingresaron al Cabildo de Buenos Aires el 22 de mayo de 1810 deciden multiplicar la muerte y apagar juegos, bolitas, rondas catongas y pelotas de trapo. ¿Qué diría Pitágoras alrededor del fuego junto a sus alumnos en las colonias griegas del Asia Menor?

La decisión de la vida de 29.158 chicos menores de cinco años que se mueren por día depende de la conciencia de 225 tipos.

Cada veinticuatro horas se mueren 29.158 nenes.

Eso acaba de decir UNICEF.

Y eso podría no pasar si 225 personas aportaran, tan solo, el 14 por ciento de lo que tienen.

Tantos chicos viajan a la pampa de arriba como desaparecidos sembró el terrorismo de estado en siete años de noche carnívora.

Siete años de la ferocidad argentina apenas es igual a lo que sucede en una vuelta de la Tierra sobre su eje.

Pero ninguna de estas cifras debería existir si hubiera un poco de conciencia en 225 personas que manejan el dinero del mundo.

El dinero del mundo y el dolor del mundo.

Dinero y sangre. De la mano, como desde hace milenios.

¿Cuáles serán los nombres de esos 225 poderosos?

¿Tendrán hijos esos 225 poderosos?

¿Qué tipo de gobierno invisible e insensible del mundo representan estas 225 personas?

¿Sabrán las mamás y los papás de 29.158 pibes menores de cinco años que mueren todos los días en esta cápsula espacial que si esas 225 personas pusieran un catorce por ciento de lo que poseen sus hijos podrían seguir viviendo, insistir en sus caricias, bautizar el barrio con sus balbuceos, tambalear los caminos con sus pasitos?

Así anda el mundo.

No hay misterios frente a estas cifras.

Ellas lo dicen todo.

Nos dicen todo: “He aquí el capitalismo, he aquí Occidente. No hay nada que ocultar”.

El misterio no está en los números.

Sino en qué hacemos con ellos.

Y Pitágoras no lo dijo. No lo sabía.

Así anda del mundo.

Hay que pararlo.

Quizás sea necesario ir más allá de estos números. Para superar la ignorancia del matemático, el asco, la impotencia y sostener la esperanza humana. El amor como síntesis de lo mejor de lo humano contra el poder y la muerte. Las tres fuerzas que, según los grandes escritores, reflejan la existencia en este mundo que hay que parar. Como proponía Mafalda. Y no era un chiste, se trataba de un imperativo moral.

Fuente de datos: Europa Press 19-11-04 / Informe de UNICEF “Estado Mundial de la Infancia 2005”


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