La guerra y la tregua

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Por Alfredo Grande

   (APe).- León Tolstoi escribió una de las novelas más importantes de la historia: "La guerra y la paz". A fines de 1869 la obra entera quedó impresa y en 2009 formó parte de la lista de los 100 Libros Más Vendidos. Es una de las obras cumbres de la literatura rusa y sin lugar a dudas de la literatura universal. En ella, Tolstoi quiso narrar las vicisitudes de numerosos personajes de todo tipo y la condición a lo largo de unos cincuenta años de la historia rusa, desde las guerras napoleónicas hasta más allá de mediados del siglo XIX. La antinomia “guerra / paz” no es tan excluyente como parece. No es La Guerra o La Paz. Es la guerra y la paz. O sea: guerra y paz pueden coexistir, y quizá la segunda apenas sea la piel de cordero de la primera.

A esa piel de cordero, de una paz que coexiste con la guerra, la llamo tregua. Para muestra basta un botón, si ese botón es un analizador. En la marcha contra el G20 se acordó con el ministerio de seguridad un recorrido que impidiera desbordes violentos. Dicen que dicen que desde la propia marcha se erradicó a los violentos y que la búsqueda era de una marcha pacífica. En paz. Dos mundos paralelos se abren: el de los poderosos, ladrones, asesinos, depredadores varios que se reúnen a todo trapo para proyectar y consumar nuevas fechorías y crímenes contra la humanidad, planificando todo tipo de guerras, incluso comerciales, y especialmente comerciales. En paralelo miles de manifestantes marchan en paz en oposición a esos designios.

La gran esperanza de la unidad opositora o, al menos, la candidata con más intención de voto, ordena no marchar contra el G20. Y en un acto que ni siquiera fue una “contra cumbre”, dios no permita, propone un acercamiento entre pañuelos celestes y verdes. Desconociendo la diferencia entre lo diferente y lo incompatible. O conociéndola pero pretendiendo ignorarla, lo que es desde ya, mucho más peligroso.

La paradoja es que mientras las guerras contra las personas, contra el agua, el aire, la tierra, contra el presente y contra el futuro adquieren dimensión planetaria, la violencia sigue siendo un tabú. Con el mazo se sigue dando y ni siquiera es necesario a dios rogando. El Mercado se encarga de eso.

Ni el francés avanzado de la vicepresidenta, ni los saludos estilo zombi del presidente francés, ni la fanfarria saludando a un empleado chino confundido con el presidente del gigante asiático, alcanzan para convertir el G20 en un JEJE20. Hasta el humor retrocede ante el horror. Y de eso se trata. Al horror de la guerra de exterminio se pretende conjurarlo con galas en el Colón y principescos ágapes.
Un príncipe asesino que planifica y ejecuta un crimen de estado, es recibido y amparado por gobiernos que parlotean sobre la paz sin justicia. O sea que “guerra y paz” son mutuamente incluyentes. Y nada mejor que la paz para preparar y ejecutar acciones de guerra. Ahora mal: si sustituimos paz por democracia, se abre un panorama interesante. Entonces debería escribir La Guerra y la Democracia. Garantizar la democracia para poder amplificar la guerra.

El nuevo protocolo es una confesión de parte que a mi criterio tenemos que llevarla a su extremo límite. Si asesinar no es un delito, lo que la ministra y su respaldo político ha declarado, es la guerra. Solamente en la guerra asesinar no solamente no está prohibido, sino que además está legitimado y legalizado. Aunque también hay crímenes de guerra, la guerra como tal ampara y promueve todo tipo de crímenes. Ya no se trata de chocobarismo y gobernar por la espalda. No es delito el asesinato de Santiago, Nahuel, Luciano y tantas y tantos otros. Los pibes y pibas en los barrios son la carne y el alma para los cañones de las policías mercenarias y sicarias. Pero la derecha sabe que el hecho, por contundente que sea, no engendra derecho. Hasta la dictadura genocida tuvo sus Actas del Proceso de Reorganización Nacional, la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL) y un engendro de Poder Judicial funcional a los mandatos de la muerte organizada.

Los reyes buscaban la legalidad divina, porque entonces su derecho provenía del Creador. Hecho y Derecho para entonces dejarnos deshechos. Actualmente el lugar de la divinidad es ocupada por el Estado cuyos funcionarios (no todos ni todas, pero muchas y muchos) siguen jurando por la fuente de toda razón y justicia que es Dios. Si Dios y la Patria lo demandan no lo tengo muy claro. En todo caso, habría que organizar el destino de esas demandas que, entiendo, la mayoría prescribió.

El nuevo protocolo decreta que en la continuidad de la democracia en paz, declaramos la guerra a los que decidamos que son violentos. Si son anarquistas, mejor. Pero tampoco hay tantos, así que habrá que empezar con los que estén más a mano. La violencia brutal de tarifazos, jubilaciones de exterminio, canasta básica inalcanzable, no están incluidos en el protocolo porque eso no es violencia. Lo saqueos que con seguridad empezarán a producirse, serán pacificados por la espalda, como escribió el gran Mario Benedetti.

El saqueo de un supermercado es violencia. Aunque sea para comer. El saqueo económico financiero de un país no es violencia, aunque sea para robar. Puestas así las cosas, debo decir que hemos pasado a otra lógica. No hay piel de cordero que disimule y encubra al lobo ni a la loba. La ley antiterrorista que supieron consagrar, sigue pariendo monstruos. Tantas décadas en las cuales la socialdemocracia, el social cristianismo, las diversas formas de progresismo sostuvieron el anatema de la violencia, y ahora una ministra de la triste y siniestra figura legaliza el asesinato. Y lo legaliza porque desde su cerebro derecho, o sea, su cerebro de derechas y traiciones, lo legal se viste de legítimo.

Dura lex, sed lex. La ley es dura, pero es la ley. Derecho romano al palo. Derecho romano o sea: derecho del Imperio. Del dominador. Del sometedor. Y la pax romana, que era la resignación del sometido. Lo ilegítimo necesita una legalidad que lo haga impune. La impunidad es el ejercicio arbitrario del poder sin consecuencias, sin efectos secundarios, sin tener que responder a ninguna demanda, divina o profana. Es el off shore de psicópatas, ladrones, asesinos. Ellos sí tienen un mundo feliz. Una sola pesadilla oprime sus corrompidas almas: el pueblo en las calles. Las diversas formas de una intifada que podrá no ser revolucionaria, al menos no necesariamente revolucionaria, pero que es un formidable dispositivo de contra poder y contra hegemonía.

Por eso la canalla gobernante, más allá de las gobernancias de turno, busca curarse en salud. En salud democrática. Legaliza la guerra y legitima el asesinato.

“La imagen del peligro inminente parece clara para los suponedores y los alquimistas de la presunción: suele ser moreno, joven, niño casi, marginal, sin nada que perder. Y nada que ganar. Suele ser habitante del exilio, de las intemperies, de las noches suburbiales. Suele ser indeseable, revulsivo, candidato puesto a la aniquilación. A formar parte de aquellas infanterías que van al muere en las guerras, en las crisis, en las hambrunas, en las conquistas fondomonetaristas, en los protocolos de la Mega Seguridad. Con una resistencia tan escasa, que el gesto ministerial ni se altera. Alguna vez, acaso, la inminencia del peligro les sacudirá la calma. Cuando el peligro sea otro. Y la inminencia también”.

Las palabras de Silvana Melo aclaran y no oscurecen. No creo que sea inminente que la tortilla se vuelva. Eso importa pero no es lo único que importa. Lo que creo que importa es que, como dijo el Che, sigamos siendo la pesadilla de los que quieren arrebatarnos nuestros sueños.

Nunca más la paz como taparrabo de la guerra. Al pan pan, y a la guerra, guerra.

Edición: 3769

 


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