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Por Carlos del Frade
(APE).- Las guerras sociales siguen en la Argentina. Vienen del siglo dieciocho y diecinueve y continúan en los crepusculares inicios del tercer milenio. Continuidad que se expresa en lugares, en puntos exactos de la geografía del país del sur. Pero el territorio que hoy está en disputa es el cuerpo de los pibes, de los chicos. Las guerras viejas se reciclaron contra los chicos argentinos.
En los mismos lugares saqueados y avasallados por quienes decidieron aplastar el amanecer de una nación distinta, hecha a imagen y semejanza de los sueños de las mayorías y no de acuerdo al interés de unos pocos.
Las guerras sociales, las guerras viejas en la Argentina, aún mucho antes que alguien llamara de esta manera a estos andurriales, se dieron en la zona del noroeste y en la Mesopotamia.
Primero fueron los habitantes de Paracuara, aquellas comunidades que se erigieron en torno a las misiones jesuíticas, las que fueron borradas de la faz de la historia oficial. Terrorismo de estados contra ellos. Portugal y España lo hicieron. Guaraníes, criollos y jesuitas fueron sus víctimas. El lugar de aquella devastación fue la Mesopotamia, el noreste del país. De las viejas riquezas solamente quedaron las ruinas de las misiones y la pobreza histórica de los sobrevivientes y sus descendientes.
Luego, en el siglo diecinueve, el noroeste argentino, capital de la riqueza y vergel de la civilización, como alguna vez lo llamaron los cronistas españoles, fue el escenario elegido por las burguesías porteñas en relaciones carnales con Gran Bretaña, el imperio de entonces, para librar la guerra de la independencia. El resultado fue el permanente éxodo de pobladores y la reconversión del ecosistema. De las viejas riquezas solamente quedaron las ruinas y la pobreza histórica de los sobrevivientes y sus descendientes.
Se impuso el sistema político y económica del país cabeza de Goliat en Buenos Aires y las antiguas geografías del esplendor dieron paso al permanente lugar de la pobreza y la miseria.
Ahora hay una nueva certeza. Aquellas guerras viejas, aquellas guerras sociales se continúan en estos días.
En los mismos sitios, pero mucho más profunda y devastadora.
La continuidad de aquellas guerras de despojo se libran en el frágil territorio de los pibes nacidos en los suelos del noroeste y la Mesopotamia argentinos.
El 40 por ciento de los bebés de seis meses a dos años tienen déficit nutricional por falta de hierro. Chicos que no acceden a alimentos de origen animal, en especial de carnes rojas y la consecuencia es dramática para el presente y el futuro: “El hierro es un nutriente que interviene en el metabolismo cerebral y, según la severidad del cuadro, un niño pequeño paga su carencia futura”, señaló el doctor Sergio Britos, director asociado del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil.
Britos, además, marcó el mapa de la desnutrición: “en las zonas de pobreza, como el nordeste y el noroeste del país” se verifica un número muy alto de retraso en el crecimiento como consecuencia de la falta de minerales y vitaminas. “En promedio, los chicos de Jujuy miden siete centímetros menos que los que tienen un buen nivel socioeconómico en la Capital Federal”, señaló Britos.
Las mismas regiones que alguna vez cobijaran sistemas económicos y políticos de inclusión a diferencia de lo que ocurrió después. Los mismos territorios que fueron saqueados por los proyectos económicos y políticos que se impusieron después de las guerras viejas, de las guerras sociales de los siglos dieciocho y diecinueve.
Ahora, en esos exactos lugares, los pibes son los más afectados por la mala alimentación.
La continuidad de las guerras sociales, de las guerras viejas, se verifica en el más precioso y frágil mapa de la Argentina, en el cuerpo de sus pibes, de sus chicos.
Fuente de datos: Diario Clarín 19-10-05
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