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Por Sandra Russo
(APE).- En los días de las fiestas, en Mendoza, cuarenta y dos “operadores” salieron a rastrillar las calles. Eran los cazamendigos. Dependen de la Dinaadyf, una sigla entreverada como la misión impartida por su Servicio de Protección de Derechos a los cazamendigos: detectar a los menores de edad pidiendo monedas en las calles, detenerlos y evaluar si reintegrarlos a sus familias o hacerse cargo de su custodia. Es que, tal como ha aclarado el organismo provincial, hay más de cuatrocientos jefes de familia indigentes que reciben “becas” -de entre 100 y 350 pesos, según el número de hijos- pero siguen mandando a sus chicos a mendigar.
El patrullaje tuvo éxito. Entre el 24 y el 26 de diciembre 25 niños fueron devueltos a sus casas, y sus padres fueron apercibidos. Corren riesgos: pueden perder o la beca o la tutela de los hijos. El Estado se planta de ese modo diciendo: acá no hay lugar para avivadas. Qué es eso de recibir la beca y seguir explotando a los niños. Como una eterna y terrible historia de Dickens, llena de malvados abusadores que sobrevuelan sobre la niñez, así es la historia referida oficialmente sobre la indigencia. En una escaramuza discursiva e institucional, los responsables de la mendicidad en la calle son los padres. La fotografía es tomada justo en el instante en el que un padre indigente manda al hijo a hacer la recorrida mendicante, a dar pena, a revolver bolsas de basura o estómagos ajenos. Avivados. Mala espina. Poca cosa que tiene lo que se merece, casi nada, o acaso solamente esos hijos cuya custodia pueden perder. La fotografía elige tomar ese primerísimo plano de abuso y de injusticia, elige recortar el instante en el que un niño es transformado por sus padres en un recurso suplicante que, exprimido como corresponde, puede arrimar alguna moneda.
Si se alejara el foco de la cámara, se vería un paisaje arrasado cuya moral lleva el tatuaje de su oscuridad. Si se alejara el foco de la cámara, se vería que los avivados viven vidas horribles, que sus vidas consisten, desde el nacimiento hasta la muerte, en toscos manotazos de ahogado, en réplicas de su propia herida. ¿Qué hacer con ellos? El Estado dice: los becamos. No les damos trabajo, no les damos salud, no les damos techo, no les damos educación, les damos beca. A cambio, que sean seres humanos. La fotografía es tomada en el momento exacto en el que el padre pobre responde a la hidalguía del Estado con animalidad. Para seguir tomando este tipo de fotografías, es necesario multiplicar el control, mandar operadores a patrullar las calles, hacer listas, recibir denuncias, apercibir, amenazar, humillar y juzgar. El Estado insiste en fotografiar el primerísimo plano del mal padre pobre. Si la cámara se corriera de lugar y tomara el plano general, el Estado se quedaría sin culpables. Eso busca desesperadamente el Estado: no salir en la foto.
Fuente de datos: Diario Los Andes - Mendoza 27-12-04
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