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Por Silvana Melo
(APe).- A cuarenta y ocho años de que Rodolfo Walsh fuera emboscado en los alrededores de la boca del subte de avenida San Juan, Jonatan Viale expuso pública y obscenamente la farsa del periodismo. Walsh, antes de ser acribillado, antes de repartir en marzo de 1977 su denuncia más explosiva contra la dictadura en papeles de su agencia ANCLA, lo había definido con claridad. El periodismo es libre o es una farsa.
Cuando la república se ha transformado en un escenario circense con millones de espectadores demudados, la relación periodismo – poder se contrata con un vínculo patronal. El periodismo libre adopta una marginalidad famélica difícil de sostener y corre el riesgo de extinguirse. Con él, la verdad se vuelve una hoja marchita. Se va diluyendo, volando, como las pelusas del diente de león.
El país que hace medio siglo puso en combate por la verdad a Rodolfo Walsh, hoy, en una decadencia lastimera coloca en el prime time a Jonatan Viale como el símbolo farsante del fin de la libertad como valor walshiano. A cambio de la libertad de mercado como valor LLA. Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques: todo lo demás son relaciones públicas, escribió George Orwell. El periodismo argentino está colmado de relacionistas públicos. Empleados por el poder.
“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda”, dijo Horacio Verbitsky, al que apenas se le puede conceder la fuerza de la afirmación.
Walsh buscaba la verdad de los hechos por fuera de la versión oficial. El periodismo farsante busca la versión oficial por fuera de la verdad. Walsh enseñaba a desmontar los discursos oficiales. El periodismo farsante enseña a desmontar la verdad.
Cuarenta y ocho años después de que Walsh fuera acribillado en las cercanías de la boca de subte de avenida San Juan y trasladado sangrante a la ESMA, Jonatan Viale expuso pública y obscenamente el periodismo como una farsa.
Todo está brutalmente exhibido en estos días. Todo. El espanto de una república rebajada a una red social manejada por cuatro. Con millones de espectadores demudados afuera, golpeando puertas que nadie atiende.
Asistiendo a la farsa por TV. O cualquier dispositivo a mano.
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