La estupidez artificial

Las niñas y niños son nativos digitales cautivos. En el mejor de los casos. A los más ancianos les abren las puertas de la jaula, pero no tienen dónde ir. Pero infancias y vejeces apenas sobreviven y subviven en los territorios diezmados de la naturaleza cultural analógica. Jaulas a cielo abierto, parafraseando a Alberto Morlachetti.

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Por Alfredo Grande

(APe).- En el pensamiento clásico, se describía una naturaleza natural y una naturaleza cultural. También llamada segunda naturaleza. La naturaleza natural es un animal en su hábitat.  Por ejemplo, un tigre en la selva. La naturaleza cultural sería ese tigre en un zoológico. El cartel dirá tigre pero es un tigre culturalizado que hace cosas que en su hábitat no hace. Por ejemplo, esperar la comida en vez de salir de caza. Culturalizado es sinónimo de domesticado.

En una novela maravillosa de Jack London, describe cómo se somete a un enorme y hermoso tigre de Bengala. Miguel, el perro del circo, es testigo de esos horrores. Jack London se retiraba de los circos cuando aparecían animales transformados en bufones para el público. Hoy no hay circos ni zoológicos.  Lo digo mejor:  hay circos y zoológicos, pero no hay animales de la selva sino personas, especialmente niñas, niños y ancianos, de la ciudad.

La naturaleza cultural se ha escindido en dos campos: la naturaleza cultural analógica y la naturaleza cultural digital. Cuando la naturaleza natural tenía un tránsito hacia la naturaleza cultural analógica, la idea de un progreso no autodestructivo fue posible. Esto implicaba una auto regulación que el desarrollo del capitalismo industrial hizo imposible. Un solo ejemplo: la rotación de los cultivos para cuidar la tierra. Totalmente opuesto al extractivismo actual.

No estoy en condiciones de situar temporalmente cuándo se produjo el pasaje de la naturaleza cultural analógica a la naturaleza cultural digital.  Siempre los orígenes son conjeturales.  Además de que siempre hay varios orígenes.

Hoy se aclara “naturalmente” si un encuentro es presencial o virtual. Esta aclaración es posterior al imperio de la virtualidad, que en realidad no es virtualidad, sino soporte digital. Las conocidas “plataformas”.

La denominada realidad virtual pertenece al campo de la naturaleza cultural digitalizada. Hace décadas un estudioso de la comunicación, Paul Watzlawick, preguntaba si era real la realidad. Hoy podemos decir que la naturaleza cultural analógica, que fuera la única realidad durante siglos, hoy es modificada totalmente por la naturaleza cultural digitalizada.

En fotografía comenzó con el photoshop.  Hoy el Chat GPT puede escribir un texto como lo hubiera escrito Cervantes.  No hay forma de averiguar si este texto está escrito por mí o por el Chat GPT. Aunque conociendo a las coordinadoras de la Agencia, seguramente se darían cuenta. Pero la excepción no cambia la regla, sino que la confirma.

Un conjunto de reglas se organiza como un paradigma. Hoy ese paradigma es  la mal llamada Inteligencia Artificial. Recuerdo una anécdota de Jorge Luis Borges cuando un admirador le dijo que valoraba mucho su inteligencia. Él contestó: no soy inteligente. Soy ocurrente.    

La inteligencia artificial es ocurrente. Utiliza nada menos que la inmensa base de datos de internet. La cultura represora ha tenido una de sus mayores victorias. El viaje de ida de la lejana naturaleza cultural natural a la digitalización de toda la vida. Lo artificial de esta inteligencia es que se restituyen los procesos de aprendizaje (información y elaboración) por los procesos de programación.  No es más de lo mismo.  Es otra completamente distinta.  Es una completa restauración digital conservadora.

No es un dato aislado que un multibillonario haya comprado la plataforma Twitter en 45.000 millones de dólares. Y tampoco es un dato aislado que hoy los poderes del Estado (Poderes en su acepción mafiosa) restituyan la lucha en las calles por la compulsión a twittear. Más de una vez se ha convocado a un twitazo para protestar por algo digno, mancillado por el medio utilizado.

El otro territorio de la naturaleza cultural digitalizada es la publicidad. La más completa estupidez artificial. Porque no se trata de difusión. Sino de alucinar con efectos absolutamente ausentes en el producto que se publicita. Un descerebrado huye de un choripán que lo persigue. Una mujer entra a caballo en una especie de ciudad y atraviesa al galope para levantar triunfante un perfume.

Hemos dejado en el pasado lejano los escarpines que con el maravilloso Hugo Arana se pusieron al servicio de un vino. Insisto en las diferencias:  jugar con escarpines es posible. Es naturaleza cultural analógica. Pero luchar contra choripanes, lustrar pisos para que los muebles se acomoden solos, sólo es patrimonio exclusivo de la naturaleza cultural digitalizada.

En las plataformas, potenciadas al infinito por el confinamiento mundial justificado por el virus covid y en la publicidad alucinatoria, la naturaleza cultural digitalizada no sólo llegó para quedarse, sino para expandirse. Los tigres en la jaula somos nosotros.

Y especialmente, las niñas, niños y los más ancianos. Las niñas y niños son nativos digitales cautivos. En el mejor de los casos. A los más ancianos les abren las puertas de la jaula, pero no tienen dónde ir. Pero infancias y vejeces apenas sobreviven y subviven en los territorios diezmados de la naturaleza cultural analógica. Jaulas a cielo abierto, parafraseando una idea de Morlachetti.

Mientras la inteligencia artificial sigue siendo noticia, la estupidez artificial sigue aumentando. Y no es noticia.

La pregunta que me hago es: ¿habremos llegado a esto porque más que instruidos también fuimos programados?


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