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Doctor en Fonología, investigador independiente del CONICET y Coordinador del Área de Educación de FLACSO, Carlos Skliar ha podido proyectar hacia el mundo un pensamiento original, que excede los marcos de su especialidad y aborda los fenómenos de la educación y el aprendizaje en un contexto político y social. La breve reflexión que transcribimos señala una grave disfunción política y cultural: el hecho de que la vida corre por caminos cada vez más distintos y lejanos a los de la escuela.
Por Carlos Skliar
La futilidad de la explicación, la lección del poeta y los laberintos de una pedagogía pesimista
Hubo un momento, imposible de descifrar en el enmarañado del tiempo escolarizado, en el que la vida -nuestra vida, la vida de ellos y de ellas, la vida de los otros- escapó en sigilo de la escuela. Ignorada, traicionada y transformada en simulacro, la vida salió de la escuela. Nadie lo percibió. Y nadie parece haber reclamado absolutamente nada.
Es obvio que también sería posible afirmar que la escuela huyó de la vida, pero ese es otro asunto, para mí mucho menos interesante.
Y cuando la vida huyó de la escuela, ya nunca más las cosas volvieron a ser como el ficticio consenso pedagógico pretendía que fuera. El maestro explicador ocultó su vida detrás de su explicación. Dejó de vivir para sólo explicar la erosionada superficie de otras vidas. El alumno aprisionado por la explicación de otras vidas, ocultó su propia vida detrás de su aparente y efímera comprensión.
La vida, nuestra vida, la vida de los otros, terminó por estar en otra parte, en otro lugar, lejos de la escuela.
Fue y es así, que los libros que nosotros leemos, que ellos/ellas y que los otros leen en su vida, ya no son los libros que leemos en la escuela.
Fue y es así, que la música que nosotros oímos, que ellos/ellas y que los otros oyen en su vida, ya no es la música que oímos en la escuela.
Fue y es así, también, que la ropa que nosotros vestimos, que ellos/ellas y que los otros visten en su vida, ya no es la ropa que vestimos en la escuela.
Dejamos de conmovernos en la escuela.
Hablamos de identidad en la escuela. Pero nuestra intimidad está en otro lado, en otras palabras, en otros libros, en otra música, en otras ropas.
La vida se fue de la escuela y la única solución que encontramos para hacerla regresar es la de retratarla en un currículum. Hicimos grados, series, ciclos con la vida. Pero no vivimos la vida en la escuela. No vivimos nuestra vida, la vida de ellos/ellas, la vida de los otros.
No vivimos en la escuela.
Reformamos la vida, pero no vivimos la vida en la escuela.
Explicamos la vida, pero no vivimos la vida en la escuela.
Hicimos el simulacro de comprender la vida en la escuela, pero no la celebramos.
Quién sabe si El maestro ignorante podrá ser una forma de hacer que la vida vuelva a la escuela. O que se escape de ella definitivamente.
Yo, honestamente, todavía no lo sé.
Publicado en Cuaderno de Pedagogía/Rosario Nº 11,
Noviembre 2003. Centro de Estudios en Pedagogía Crítica.
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