La Encrucijada

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(APe).- Toda la estructura ha colapsado. No hay lugar -ni habrá, vayan sabiendo- donde poner a esos miles y miles de niños que dejamos atrás. Lo que condujo a internar a cientos de pequeños y adolescentes en dependencias policiales -en condiciones infrahumanas- dando lugar a hechos como la masacre del 20 de octubre en la Comisaría primera de Quilmes donde encontraron la muerte 3 adolescentes.

 

Desde que el Ministro de Seguridad de la Provincia, León Arslanián, dispuso que nunca más pibes en Comisarías, los niños giran sin descanso dentro de los patrulleros mientras, por las ventanillas, ven pasar ráfagas de inmensidades azules, el cielo convertido en ave.

La provincia de Buenos Aires tiene 12 mil chicos encerrados -en institutos, cárceles, comisarías y clínicas psiquiátricas- pero sólo el 10 por ciento “se encuentra en infracción a la ley penal, y el resto, está internado por su situación de pobreza”, informó el Ministro de Desarrollo Humano bonaerense, Juan Pablo Cafiero. Denunció -además- que una “inmensa mayoría” de jueces no respeta las garantías de los adolescentes en conflicto con la ley penal, y aseguró que hay magistrados que han bajado de hecho la edad de imputabilidad, “al enmascarar una causa asistencial como una penal” y que recurren a “la internación del chico por cualquier motivo”. Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí, escribía Martí.

Esa penalización que imponen las políticas tutelares es la idea predominante en la mayoría de los Tribunales de Menores, quienes permanentemente claman por la falta de lugares de internación, o como también podría llamársele la incapacidad gubernamental para invisibilizar a la gente y su tristeza. La palabra oficial debería colocar los acentos más agudos sobre el hambre increíble de millares de niños que fueron secuestrados de la vida y por los que nadie pide rescate aunque agonicen, a fuerza de sudor, de sangre y llaga. Todo se reduce a una simple cuestión aritmética o presupuestaria, un endémico déficit de ladrillos, rejas, cerrojos y cemento, frente a la incontenible y creciente oferta de brazos, piernas, hombros y almas destinados a habitarlos.

Los niños se rebelan frente a la miseria de sus vidas: las puertas clausuradas de un destino. Se resisten a sucumbir detrás de los cerrojos en un país en el que racimos de mendigos cuelgan de las ciudades como dice Octavio Paz.

Pero los pibes, con esa extraña sabiduría que sólo se adquiere cuando no hay nada más que perder, con su despierta indigencia puesta al servicio de esa inasible libertad que los desvela, tempranamente aprendieron que no importa ser un objeto más o menos clasificable, despreciable por los que deciden. No importa ser superado, masacrado, tergiversado, desmentido. Ellos saben que con todo eso se hace la verdad.

Fuente de datos: Diarios El Día - La Plata 02-11-04 y Popular / Página/12 / La Prensa 03-11-04

 


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