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Por Alberto Morlachetti
(APE).- Se trata de preservar lo que sigue siendo hermoso y necesario: Los árboles, el paisaje, la vida. Sin embargo los niños son esa contribución de sangre que piden los insomnios de una patria de escarcha.
Venado Tuerto es una ciudad de inmigrantes y de mestizos linajes donde algunos hombres y mujeres cuando tratan de definirse descubren su propio comienzo sobre el fondo de una vida que se inició mucho antes que ellos, y que hablan en piamontés y a media voz de antiguas pobrezas, mientras una paisana de pollera generosa les pone un manto de olvido al origen y a sus fatigas de viejos inviernos, sólo la nostalgia de algún acordeón trae la memoria de un tiempo humano que ocurrió en el pasado. Memoria perdida como una pompa de jabón al viento en las prosperidades actuales de los campos de soja.
El jueves 14 de abril se cenaba en el restaurante del hotel Riviera de Venado Tuerto cuando ingresaron perseguidos por los mozos -testaferros de viejas ferocidades- dos niños de tiernas imprecisiones que pedían comer con sus cuerpos en harapos y con el poder de su inocencia, la más alta denuncia contra los hacedores de niños descalzos.
Silvina Anderghi, de 34 años -alojada en el Hotel- los invitó a compartir su mesa. Al día siguiente se enteró que la habían echado junto a un grupo de personas que se hospedaban con ella. Habían preparado su cuenta y “nos dijeron que no podíamos permanecer más en el hotel”, relató a la agencia Télam. Borges decía que la preparación de los infiernos es fácil, pero no mitiga el espanto admirable de su invención. La discriminación y las añejas persecuciones carecen de intervalos.
Pero es de imaginación imposible la eternidad de la pena. Como si cada uno de nosotros fuésemos esos niños, como si perduraran dispersos en nuestros propios destinos. Sus vidas no tienen una sola línea criminal y son como esos poemas sublimes que tienen esa belleza dorada de una mujer morena resuelta en luna y ahorra cualquier palabra que no vaya dirigida a la necesaria liberación de los pueblos. La utopía de Miguel Hernández no era pequeña: Ríete, niño, que te traigo la luna cuando es preciso.
Fuente de datos: Diarios Clarín y Página/12 20-04-05
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