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Por Silvana Melo
Foto: Bernardino Avila – Página 12
(APe).- Rojo hasta la sangre. El morrón asume la dignidad de la resistencia. Y se planta ante los represores. Como las berenjenas se ofrecen al hambre viejo, a la mujer que se agacha por ellas, sin miedo a que la cintura no le permita volver a subir. Los ferieros de Constitución, los que alzaron las espinacas contra un sistema feroz, descarnado, tuvieron la dignidad del morrón. Los productores de la Unión Trabajadores de la Tierra quisieron abolir los puentes que los separan de la gente. Que encarecen cien veces lo que les pagan nada. Y el hambre que no puede pagar no come. Y se llena la panza de fideos y polentas y arroces blancos que no nutren a nadie.
Ellos llevan a la plaza de los trenes los cajones con la verdura barata. Con las berenjenas accesibles a la viejita que se agacha a juntarlas después de que la policía echó a los productores y se guardó los cajones para consumo propio. Toda la vida les roban. Todos les roban. El estado, el gobierno ocasional, el comerciante que revende, la policía. Todos les roban. A la viejita y a los productores. Que tantas veces tienen las mismas hambres. De la misma justicia. De la misma dignidad. Pero conservan, como acopio de la esperanza, la dignidad del morrón. Roja como la sangre. Picante. Imparable. Como la rebelión de los que un día se cansan. Y se plantan. Como el morrón.
Edición: 3816
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