La dictadura de la mirada

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(APe).- Dentro de un mes en Lobos, provincia de Buenos Aires, se pondrá en funcionamiento un sistema de vigilancia que filmará “durante las 24 horas los principales puntos de la ciudad para prevenir posibles delitos”. El intendente -Gustavo Sobrero- declaró por radio que el sistema servirá “en primera instancia, para evitar hechos delictivos” y aclaró que no será la única herramienta “para combatir la inseguridad”. Sus 26.000 habitantes perderán la libertad en los espacios públicos. Las calles se verán transformadas en llanuras sin escondite: ojos humanos de mil medidas descubrirán los besos “indebidos” detrás del rostro oscuro de las estrellas.

 

Dicen que Lobos “no es la primera ciudad del interior bonaerense que instalará un sistema de cámaras en las calles”. También en Dolores “se está realizando una prueba piloto similar”. Como si no existieran suficientes tormentos para la mayoría, el ojo implacable intenta aumentar su cuota de miedo: Dónde enviarán la información cuando las cámaras detecten una rosa roja en una mejilla nacida de una caricia o cada suspiro fatal de esos niños que andan por las calles empujando sus carros de miseria hasta dormirse sobre la tristeza del mundo.

La gran escalada sociológica de las máquinas de mirar se manifiesta en distintos aspectos que varían sus nombres, de acuerdo a las herramientas que utilice. Videovigilancia, vigilancia universal, televigilancia, son los nuevos modos de decir estigma, exclusión, crueldad. Sí, la perfección de la vigilancia es una suma de insidias, diría Foucault. Las celdas transparentes del nuevo sistema.

Lo no visto, lo que la “dictadura de la mirada” no se ocupará de denunciar, será ese pedazo de pan caído en el barro, que el hambre habrá de descubrir y de morder con desesperación, con un asombro goteado de dramas. La mayoría vivirá en una cárcel, sin vivir en ella, mientras contempla un horizonte inexistente, con una pureza que se parece a la muerte. Pero siempre existirá un pedazo de coraje para poner delante de las cámaras, lo que nos resta de esperanza para dejar bien claro que somos de ahí, de enfrente, justo al lado, donde se ama y crea.

Fuente de datos: Diario Clarín 18-10-04

 


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