La culpa no es de la lluvia

Las marcas feroces del capitalismo. Millones de hectáreas de desmonte. Barrios privados sobre humedales. El suelo impermeabilizado por el agronegocio. Y el cambio climático, que genera tormentas extremas cada vez con mayor frecuencia. Y sequías. Y olas de calor. Con el sufrimiento de los más frágiles. Las inundaciones no son sólo culpa de la lluvia.
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Por Silvana Melo

(APe).- Dos días y medio de lluvia sostenida, imparable. Ciudades bajo el agua. Campana, Zárate, San Antonio de Areco, Exaltación de la Cruz. Y el AMBA, un bloque enorme de hacinamiento cementario. Centenares de miles de personas anónimas presas de un sufrimiento ambiental y social con consecuencias económicas y psicológicas por la pérdida monumental que implican las inundaciones. A las anomalías climáticas de un cambio antropogénico (de responsabilidad humana) innegable –sólo la necedad de gobiernos de ceguera impune puede fogonearlo- se asocian las marcas feroces del capitalismo. Los desmontes de millones de hectáreas. Y después, el desarrollo inmobiliario sin freno que cambia el natural cauce de las aguas, las amuralla, las confunde y las destina a ciudades que nunca habían sido inundables. Y los territorios ganados al agronegocio, que impermeabilizan la tierra, el agua ya no tiene quién la absorba ni árboles que la retengan y se va, directamente hacia las zonas más bajas. Para inundar donde vive la gente, la más frágil. La que pierde todo. La que sufre.

Dos o tres postales.

Foto: Cristina Sille – Clarín

Bahía Blanca, un territorio sobre una depresión. Una tormenta terrible dejó una quincena de muertes en diciembre de 2023. A principios de marzo de 2025 sufrió la peor inundación de su historia. Demasiada frecuencia. Demasiado dolor.

En Avellaneda, febrero de 2024. Un temporal feroz provocó un anegamiento que llenó las casas de basura, ratas y lodo. La inundación se mezcló con las cloacas y las aguas no bajaron durante 24 horas. La infraestructura del conurbano sur era un corazón viejo que explotaba.

Abril de 2025. Un cielo plomo oscuro repentinamente se partió con un sonido que nadie olvidó. Y cayó el granizo. Avellaneda quedó cubierta de una manta blanca cuando todavía la nieve tóxica del Eternauta no había caído. Sin embargo, la increíble granizada de abril no se derretía. Pasaron horas, se la llevaba el agua de la lluvia y no se derretía. Muchos se preguntaron agua con qué habrá evaporado el sol para generar semejante hielo. No hubo respuestas.

La inundación volvió. Y para quedarse. Porque llueve dos días y medio sin parar y en el AMBA la infraestructura no puede más y el cambio climático genera la sequía y las olas de calor que matan a los mayores y a los pobres y las inundaciones que se llevan lo que ya no hay. El AMBA es inviable. Y en los próximos años parte de sus habitantes –ahora niños, seguramente- comenzarán a protagonizar olas de refugiados ambientales como las que ya se viven en otros continentes.

El agronegocio

Foto: Cristina Sille – Clarín

Según el informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y Climate Central, la Argentina registró la peor anomalía climática del continente sudamericano durante los primeros tres meses del año.

Y este dato no es una maldición bíblica que cae sobre el territorio nacional como una desgracia injusta.

Tiene causas clarísimas. Y responsables.

Por un lado, los agronegocios han generado, en su avidez, la incapacidad del suelo de retener el agua. A partir del desmonte generalizado, los suelos se vuelven comprimidos, impermeabilizados: no absorben el agua. El biólogo Guillermo Folguera pregunta “¿qué retiene mayor cantidad de agua? ¿un monte o la plantación de soja?”. Entonces explica: “la plantación de soja impermeabiliza, retiene algo y la mayor parte la libera y el agua excedente va a las zonas deprimidas”.

La Argentina se anota entre los diez países del mundo con más desmontes. Entonces, dice Folguera, “el suelo cada vez más frágil, el ecosistema cada vez más frágil, que no logra captar el agua y que cuando el agua se va queda en mayor situación de fragilidad para la sequía, la inundación o el incendio”. Que cuando se habla de cambio climático, las tres situaciones son consecuencias de la misma tragedia. A la vez, “la inundación lava los suelos y se pierde fertilidad”.

Foto: Francisco Loureiro – Clarín

El desarrollo inmobiliario

Los negocios inmobiliarios sobre los humedales y provocando la modificación del cauce de los arroyos y del drenaje de las aguas han sido en los últimos años un problema enorme en la provincia de Buenos Aires.

La naturaleza como un territorio en disputa para el extractivismo ha provocado desastres mayúsculos en las provincias mineras y en los campos de monocultivo y de fumigaciones indiscriminadas.  

La construcción de barrios privados sobre terrenos antes inundables y que fueron elevados y la modificación de los arroyos, tienen una consecuencia inmediata: que las lluvias drenen directamente hacia barrios cercanos que no tenían en sus planes ser inundables. Esas transformaciones fueron pensadas para el sector social más rico; comenzó con la compra de tierras a precios viles para inyectarles valor “por el cambio normativo de suelo rural a urbano”, destaca el estudio de Natalia Lerena, Geógrafa de la UBA. Y se pregunta “¿Tiene sentido avanzar sobre 300 km2 de humedales, modificar el sistema de drenaje de toda la cuenca y generar nuevas inundaciones, para el enriquecimiento de unas pocas empresas, y el “bienestar” de pocos miles de personas, a costa de muchísimas otras?”.

La pregunta no tiene respuesta. O sí, acaso, en la política encauzada por el gobierno hacia la concentración de la riqueza y los negocios de los grupos de poder. Con el territorio nacional cedido para la explotación ajena de los recursos nacionales sea cual fuere la consecuencia para la vida, habrá inundaciones, sequías e incendios.

Pero también sentido para engordar una vereda de enfrente.


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