La construcción del enemigo

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Una extraña paradoja, de las muchas que hemos sabido crear los argentinos, es que tanto la llamada Escuela de Frankfurt como la primera Semana de Trabajo Teórico Marxista de la historia (Ilmenau, 1922) fueron financiadas con la inagotable renta agropecuaria de la provincia de Buenos Aires.

Los fondos que sostuvieron el legendario Institut dirigido por Horkheimer, desde su nacimiento en 1924 hasta 1944 (cuando recibió en los Estados Unidos el último cheque, por cien mil dólares) fueron provistos por el empresario argentino Félix Weil, heredero de la fortuna amasada por su padre Hermann, exportador de granos en la floreciente República del Centenario.

Poco sabemos de Félix Weil; nunca quiso figurar en la nómina del Institut (ésa en la que se codean Fromm, Adorno, Benjamin, Marcuse y Habermas) a pesar de haberse doctorado en ciencias políticas y haber participado en importantes debates y reflexiones del grupo.

En 1944, Weil publicó en Nueva York el ensayo titulado El enigma argentino y entró en un cono de sombra que no habría de iluminarse ni con su muerte, ocurrida treinta años después.

La anécdota conduce a otra anécdota igualmente lejana, aunque no menos importante para nosotros: la publicación en los Estados Unidos, hacia 1950, de un estudio titulado La personalidad autoritaria.

Fascismo made in USA

Theodor W. Adorno, músico y ensayista inscripto en la Escuela de Frankfurt, llegó en 1940 a los Estados Unidos, escapando de una Europa irreversiblemente ganada por el fascismo.

Puesto que las tareas del Institut continuaban en la nueva sede (gracias al fondo alimentado por Félix Weil, repetimos), Adorno se aplicó al estudio de las tesis elaboradas por Abraham Maslow y por su colega Erich Fromm sobre el racismo y sobre lo que llamaron personalidad autoritaria.

No le costó mucho al investigador hallar en la sociedad norteamericana los brotes de antisemitismo, rechazo hacia la población negra y familiarización con la violencia que ya había visto en la Alemania de Hitler, en la Francia de Pétain y en la Italia de Mussolini.

A fines de los ’50, diseñando herramientas que aún hoy utiliza la Sociología, Adorno coordinó a un equipo que con encuestas domiciliarias y cuestionarios codificados sondeó el verdadero estado de la opinión pública en los Estados Unidos, un país donde la guerra fría, el macartismo y la caza de brujas, ya derrotados los nazis, comenzaban a construir el nuevo “enemigo”.

El estudio -que debería ser bibliografía obligatoria para los estudiantes de ciencias sociales en cualquier parte del mundo- fue publicado en 1950 con el título La personalidad autoritaria. La edición en castellano es hoy inhallable.

Fascismo a la criolla

“Hechos de violencia con participación policial” es el prudente eufemismo con el que organizaciones de derechos humanos se refieren a los incidentes entre la policía y presuntos delincuentes, incidentes que casi siempre dejan un saldo de violencia y de muerte, y que rara vez son ejemplo de trabajo preventivo o de conciencia solidaria en relación con el delito.

En lo que va del año -leemos en un informe del CELS- ya se contabilizan 35 muertes, 26 de ellas en el Conurbano bonaerense y 9 en la ciudad de Buenos Aires. Todos son hechos de violencia con participación policial.

“El promedio es de una muerte cada día y medio. Desde el 25 de Mayo de 2003 hay 505 muertes, de las cuales 69 fueron este año. Los datos que manejo yo son de 10 provincias”, acota María del Carmen Verdú, integrante de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), que el 11 de agosto presentará su propio relevamiento.

Los casos de “gatillo fácil” son variados. Cada uno con su propio color, con su propia tristeza.

El sábado pasado en Villa Luján, Salta, dos hermanos de 16 y 18 años fueron baleados por la policía cuando salían de un cumpleaños. Voceros policiales aseguraron que el cabo Carlos Alfaro “fue perseguido y agredido por una patota”, que “sacó su arma reglamentaria y efectuó disparos al piso, que rebotaron”...

A Gabriel Arévalo, en Ingeniero Budge, Buenos Aires, le dispararon por la espalda luego de una supuesta pelea de pandillas y luego de que (supuestamente) arrojara piedras contra un patrullero policial.

Miguel Cardozo, adolescente de 15 años, fue torturado y asesinado por dos policías de La Matanza, hoy detenidos y desafectados de sus cargos por el ministro bonaerense León Arslanián.

A Luis Mario Vega, otro chico bonaerense, lo mató de un tiro en la nuca un oficial de policía, que quedó en libertad tras declarar que el muchacho lo había amenazado con un arma en inmediaciones de villa El Garrote, Tigre.

En la gran mayoría de los casos, tanto la Policía Federal como la Bonaerense separaron de sus cargos a los efectivos involucrados, lo que habla de que hay indicios firmes de que se trata de asesinatos.

No sólo es la policía la que actúa fuera de la ley. También hay militares y ex militares (como en el caso de Lucas Ivarrola, secuestrado y asesinado en La Perlita, Moreno, provincia de Buenos Aires). Y vigiladores privados. Y patovicas.

Y también asustados vecinos que portan armas de fuego y suelen decir en voz alta, mientras llenan sus carritos en los supermercados, que es incontenible la ola de asaltos y violencia.

“La violencia se expande. Y se expande en la mirada de los otros, con esto de haberlos hecho a los pobres únicos propietarios de la violencia”, afirma Alcira Daroqui, investigadora del Instituto Gino Germani, empleada de un Tribunal de Menores en Quilmes.

Alcira probablemente desconozca las caprichosas ramificaciones del pensamiento de Frankfurt. No lo necesita.

Ella no vivió en la Alemania de Hitler, como Félix Weil. Ni los Estados Unidos de Mc Carthy, como Teodor W. Adorno.

Sin embargo, lee desde su propia experiencia la génesis de la personalidad autoritaria.

Sabe que los fascismos necesitan, cada día, construir el enemigo.


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