Las víctimas de la “higiene urbana”

La Ciudad Limpia, el alma miserable

El gobierno porteño lanzó una licitación para barrer de las calles “incidencias” que afecten a la “ciudad limpia”. Un particular concepto de higiene urbana que incluye a los desarrapados y olvidados que malviven en las esquinas y bajo los puentes. Y que, incluso, fueron ocultados en el censo 2022.

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Por Martina Kaniuka

(APe).- La semana pasada, el Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana del Gobierno de la Ciudad -cuya cartera gestiona Clara Muzzio- publicó la Licitación pública N°7162-1862 LPU22, por la cual se solicita a los oferentes que se presenten para gestionar el "servicio de relevamiento de condiciones que impactan en la higiene". El relevamiento consistiría en identificar las “incidencias” que afecten la imagen de “Ciudad limpia”, que son definidas como los "hallazgos que afecten el estado de limpieza del espacio público y la percepción de higiene urbana".

Ni debajo de los puentes. Ni al abrigo infiel de las autopistas. Ni a la sombra de un puesto abandonado de peaje. Ni en la vereda de un cine que ya no es. Ni detrás de las estatuas que nadie respeta. Ni en las veredas abandonadas sin escaparates ni ventas. Ni en las estaciones de trenes y subtes cuando ya no llegan a ninguna parte. Ni en la sala de los hospitales. Ni debajo de los árboles, cada vez más escasos. Ni en la parada de colectivos a la hora en que no viaja el último de los estudiantes. Ni en los bancos de plaza. No hay lugar en “Ciudad Limpia” para quienes no deberían existir.

Empezó como una ilusión estadística. Fue cuando los desaparecieron en el último censo nacional contando 2962 personas en situación de calle. Una cifra imperdonable para cualquier país del planeta. Una cifra mentirosa para la República Argentina que ostenta, como los tres campeonatos, un 8% de población viviendo en la indigencia y más del 60% viviendo debajo de la línea de pobreza.

El número que estimaron en el último Censo Popular realizado, por segunda vez, por más de cincuenta organizaciones en el año 2019, eran 5412 personas, sin calcular aquellas que paraban en refugios, las que vivían sin un techo sobre su cabeza, durmiendo en salas de hospitales públicos, veredas, cajeros automáticos, puentes y autopistas.

Ahora en el pliego técnico de la licitación se las “incluye”, pero entre los elementos que son “susceptibles de producir contaminación visual” junto con los “residuos domiciliarios, restos de podas o de obras, o materiales descartados”. Eufemismo mediante, la lista también incluye a los cartoneros y cartoneras que son listados, pero eso sí, como "recuperadores" que deben ser registrados "recolectando y/o acopiando y/o realizando tareas afines respecto de residuos de tipo reciclables". El relevador tiene por tarea relevar cualquier otro elemento que "perjudique la imagen de Ciudad Limpia y la higiene en la vía pública".

“Registrarlos”, “relevarlos”, para “desaparecerlos” del mapa de una ciudad que no los contempla. Así, como no fueron registrados ni relevados por las estadísticas y fueron barridos debajo de la alfombra conceptual y la hipocresía de la política, se los registrará ahora, al lado de basura, el descarte, los restos y residuos para “limpiarlos” después. Toda una confesión de parte para los gobiernos donde mientras “en todo estás vos” y “la patria es el otro”, ninguna de las almas que habita la calle es “ellos”.

Afeitarse en la calle. La dignidad en el derrumbe. Foto: Pablo Cuarterolo

La persecución a quienes se han caído del sistema y se encuentran en situación de extrema vulnerabilidad, dependiendo de la limosna que los poco empáticos transeúntes les dan, esperando encontrar un lugar en los paradores cada vez más llenos, es una postal cotidiana. Puede verse a los de chaqueta bordó de “espacio público”, amenazando a quienes no tienen más lugar que la calle para que se vayan del sitio en el que pudieron cobijarse, tirándole los colchones y las pocas pertenencias que tienen consigo.

Ya la UCEP (Unidad de Control del Espacio Público) -organización pública de la ciudad de Buenos Aires creada en el año 2008 por Mauricio Macri- fue denunciada por organismos de derechos humanos por la violencia que empleaban contra las personas en situación de calle, sin hacer distinción de edad, género, condición. Mujeres embarazadas, jóvenes, ancianos y niños: la violencia iba recrudeciéndose con el frío, que los hacía guarecerse en donde podían. Con mapas de las zonas de las ranchadas, los operativos de la Policía Metropolitana incluían incendios a sus pertenencias, golpes, patadas, llevarlos detenidos. Todos eran mecanismos válidos para quitarles el espacio a aquellos que ya lo habían perdido.

“¿Vuelven los operativos violentos, nocturnos y expulsivos? Repudiamos enérgicamente esta nueva UCEP privatizada y nos convocamos en estado de alerta y movilización frente a este nuevo intento por parte del Gobierno de la Ciudad de `limpiar´ a las personas en situación de calle”, concluyeron desde Proyecto 7, la organización conducida por Horacio Ávila, que cumplió por estos días sus 20 años de lucha y trabajo para sacar de la calle a quienes nunca debieron habitarla.

Ciudad Limpia, digna de la juventud hitleriana, aunque fue denunciada por varios organismos de derechos humanos, cuenta con la financiación de más de 1500 millones de pesos para, sin ningún tipo de disimulo y desde la impunidad, relevar en una app la locación real y desaparecer “todo lo que pueda causar una mala imagen” a la Ciudad, relegando a la escala de desechos a quienes lo único que hicieron es ser ese error marginal que habita, sin poder hacer otra cosa, los márgenes de un sistema excluyente que no los cuenta, pero tampoco los deja ver.

En un tweet del 01 de marzo -donde Clara Muzzio saluda a los recuperadores urbanos- descansa el espíritu de “Ciudad Limpia”: “¡Feliz día recuperadores ambientales! El gran trabajo que hacen permite recuperar los residuos y transformarlos en materia prima, incentivar la economía circular y acercar a los vecinos al hábito de separar. Gracias por ayudarnos a construir una Ciudad más sustentable”.

Y es que “acercar a los vecinos al hábito de separar” es sin duda la pretensión de este nuevo proyecto que tiene por finalidad el convertir a quienes tienen -y en su mayoría no la reconocen- la suerte de tener un techo sobre su cabeza y un plato de comida en su mesa, en enemigos -espejo distorsivo mediante- de a quienes nunca quieren llegar a parecerse.

Tampoco hay que olvidarse del potencial de resistencia y de lucha de los cartoneros que supieron agruparse en torno a la crisis del 2001 y fueron ninguneados por todo el arco político en su potencial de organización. Hoy conforman un grupo bastante heterogéneo, pero siguen nucleados en torno a la forma de ganarse la vida y de defender sus derechos; razón suficiente -con el poder de negociación actual de los sindicatos- como para considerarlos peligrosos.

Y será que, como todo odio, el odio al pobre no es otra cosa que miedo. Entonces tal vez sea conveniente que, en el país donde treinta mil personas fueron desaparecidas sistemática y planificadamente por no ser convenientes a las lógicas del sistema, desaparezcan también aquellas que “perjudiquen la imagen de Ciudad Limpia”. Así cuando el espíritu de consumo clasemediero transite las calles llenas de teatros y restaurantes con el salario y el poder adquisitivo más desinflado que su conciencia de clase, las encontrará vacías de aquello a lo que tanto teme. No tendrán entonces que verse reflejados en quienes cotidianamente luchan por sobrevivir y podrán caminar por las aceras lustrosas de una Ciudad Limpia, habitada por almas miserables que desaparecen y esconden a quienes en los márgenes padecen la pobreza que se encargaron, gobiernos -e indiferencia- mediante, de reproducir.

La calle no es un lugar para vivir. 


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