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Por Alfredo Grande
(APe).- En 1937, se funda la Liga Argentina por los derechos del Hombre. Heredera del Socorro Rojo, organización internacionalista solidaria con los combatientes republicanos de la denominada “guerra civil española”. En esos tiempos, “hombre” era todavía un significante no genérico, ya que incluía a mujeres. Quizá podría decirse que era un significante uni genérico, ya que abarcaba solamente a uno de los géneros. Es posible. Pero llevando agua para mi molino teórico y político, retengo el sentido de “hombre”.
En una de las tantas etiologías de la palabra “Che” está la mapuche. Cuyo significado es “hombre”. Y con mi tendencia a la amplificación conceptual, pienso que el significado más abarcativo es “humanidad”. O sea: el fundante que permite que la humanidad retenga, mantenga, sostenga y defienda aquello que lo constituye como tal. La esencia misma de la humanidad abreviada en tres letras: “che”.
El Che Guevara: aquel que supo que toda injusticia en cualquier lugar del mundo debe sentirse como propia. Porque ante la injusticia es la humanidad la que está siendo atacada. En el fundante de la humanidad no está la justicia, mucho menos el derecho, pero sí está, desde que la humanidad empezó a mirar más allá de la tierra, la idea de lo justo. Y lo justo es tocar el cielo con las manos. Tocarlo, abrazarlo, acariciarlo. Ese cielo que miramos con alegría, con tristeza, con soberbia, con orgullo, con valentía, con amor. Porque el cielo es el extremo límite de nuestro alejamiento de la tierra. Pero alejarse no es mancillarla. Alejarse no es intoxicarla. Alejarse no es arrasarla. Alejarse es apenas la certidumbre de que el volar no es solamente para los pájaros.
Volamos si caminamos soñando sueños imposibles y sueños posibles. Volamos cuando caminamos entre compañeras y compañeros que se empeñan en caminar con nosotros. Volamos cuando caminamos haciendo camino al andar. Volamos cuando sabemos que la subjetividad del caminante cambia durante la marcha. Volamos cuando marchamos. No volamos cuando desfilamos. No hacemos cuerpo a tierra. Hacemos de la tierra cuerpo y alma. Idea y deseo.
Podemos volar alegres, pero la felicidad es un horizonte que nos negamos a darlo por alcanzado. Podemos volar tristes, porque aunque estemos orgullosos de nuestros muertos, los extrañamos, los esperamos, los buscamos, los escuchamos, los tocamos y los olemos.
Nuestra enemiga no es la tristeza. Nuestra enemiga es la melancolía porque es el triunfo de la culpa, del por algo será, del en algo habrán estado. Y no fue por algo: fue por mucho. Fue por el justo cielo de la revolución solidaria. Y no estuvieron en algo: estuvieron en todo. Porque toda la vida, la vida pensada y la vida sentida, era para ser entregada al cielo justo que muchos llamaron y aún llamamos, la patria socialista. patria sin mayúsculas, porque abolimos incluso las jerarquías gramaticales.
También es nuestra enemiga la manía. El “pum para arriba”. “Ponete las pilas”. Porque es la alegría por mandato. La revolución de la alegría fue la contra revolución de la manía. Espejitos y globitos de colores. Y dolores. Alegría y tristeza no son una extraña pareja: son una pareja necesaria. La pareja siniestra es melancolía y manía, eso que algunos llaman trastorno bipolar. Y otros democracia y dictadura. O sea: la continuidad de la dictadura cívico militar ahora en formato democrático.
Hace décadas (1992) hice un análisis de la película Terminator. Desarrollaba la idea de las máquinas de exterminar como organizadoras de la institución del genocidio. Ignoro si una máquina puede amar. Pero lo que ahora todos sabemos es que las máquinas pueden asesinar. Nada personal. Todo maquínico. No hay humanidad en un Terminator. Sólo un programa de exterminio: matar a Sarah Connor para impedir el nacimiento de John Connor, futuro líder de la resistencia de la humanidad residual. El genocidio perfecto. Por eso creo que cuando decimos “Che”, decimos humanidad. Pensamiento, deseo, arte, amor. Y no porque estemos en las otras y los otros, sino porque las otras y los otros están en nosotros. Un psicoanalista diría que son identificaciones. Yo digo que son también las huellas que dejamos y nos dejan cuando caminamos juntos.
Los pocos que me conocen mucho y los muchos que me conocen poco, me habrán escuchado decir alguna vez que Lelia Sarmiento, asociada fundadora honoraria de ATICO Cooperativa, será siempre mi amada inmortal. Se nos fue, pero como el flaco Abel, del “Cafetín de Buenos Aires”, aún nos guía. Hoy me guía, como a cientos de miles, la que sigue siendo. La que siempre siente y piensa, y está siempre presente. La que cada día lucha mejor, y lucha más, y que es la más joven de todas y todos, porque el permanente deseo de luchar es la mítica fuente de la eterna juventud. Mujer de conocimiento, para la cual, aun desafiando las enseñanzas de don Juan, la vejez no es el último enemigo.
Al lado de ella, la humanidad desborda, la humanidad impregna, la humanidad aflora aunque yerma esté la tierra, aunque el dolor siga doliendo, porque el amor sigue amando. A su lado, somos valientes, somos inteligentes, somos alegres, somos generosos, somos solidarios, somos revolucionarios. A su lado no cambiamos. Sostenemos que hasta la victoria siempre y que venceremos.
Y le pido ayuda a otro que también nos guía, porque nunca se fue del todo. El poeta que no soy y el talento que tampoco tengo. Por eso deseo ofrecerle prestadas las palabras de Hamlet Lima Quintana a otra amada inmortal: la “Che” Cortiñas: Hay gente que con solo abrir la boca llega hasta todos los límites del alma, alimenta una flor, inventa sueños, hace cantar el vino en las tinajas y se queda después, como si nada. Y uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe, que a la vuelta de la esquina, hay gente que es así, tan necesaria. Eso eres, amada “Che” Cortiñas: tan necesaria.
Edición: 3795
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