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Por Oscar Taffetani
(APe).- Es raro el nombre Evo. Siglos de historia sagrada del cristianismo dieron a la palabra Eva una connotación femenina. Eva, la mujer original. Eva, la pecadora original. Eva como una parte del género humano creadora de vida, a la vez negada y sumergida, siempre sometida al dictado del Pater masculino.
Es raro el nombre Evo. Pero María Mamani, una campesina aymara a la que le había llegado el gesto (antes que la palabra) de un presidente argentino llamado Juan Perón y (sobre todo) el de su esposa llamada Eva, decidió llamar a uno de sus hijos Juan Evo Morales. Así de simple.
Evo Morales, dirigente cocalero, uno de los tres hijos de María Mamani que logró sobrevivir (porque otros cuatro se perdieron muy temprano, a causa de enfermedades de la pobreza), medio siglo después de aquella simple decisión nominativa de su madre, ha conseguido que la mayoría del pueblo boliviano, el pueblo que lo eligió Presidente a fines de 2005, lo ratificara este último domingo en las urnas, y del mejor modo posible: votando el SÍ a una histórica reforma de la Constitución, votando el SÍ contra el latifundio y los gamonales, votando el SÍ a un programa en donde por primera vez en la historia de América los habitantes originarios, los auténticos hijos de la tierra, deciden tomar el destino en sus manos.
Chicho y Evo, comparados
Salvador Chicho Allende Gossens Castro Uribe, médico perteneciente a una élite de liberales y masones que nutrieron al radicalismo y luego al socialismo en Chile, pudo llegar en 1970 -tras recorrer un largo escalafón y sufrir no pocas derrotas- a la Presidencia de ese país, como líder de la coalición llamada Unidad Popular.
A semejanza de lo que pasa hoy en Bolivia, muy pronto Chile quedó dividido en dos. De un lado, esa inestable coalición que había llevado a Allende a la presidencia, con claro apoyo obrero y popular. Del otro, los sectores medios y la “aristocracia” económica y política, comprometida con las empresas norteamericanas y con el poder terrateniente.
Con su país partido y con un permanente complot golpista alentado por Washington (recordemos que América latina era un ardiente volcán clavado en medio de la Guerra Fría), la vía chilena al socialismo, tenía pocas posibilidades de afianzarse y prosperar.
La peor confirmación de ese pronóstico llegó un nefasto 11 de septiembre de 1973, de la mano de Augusto Pinochet y de un grupo de militares entrenados y obedientes, al servicio del Imperio.
Evo Morales Ayma, el hijo de María Mamani (por qué no rescatar su linaje) encabeza lo que podríamos llamar, aunque parezca ligero, la vía boliviana al socialismo.
¿En qué consiste? Consiste en volver a dar a palabras muy caras de la mitología occidental -como democracia- su sentido profundo. Porque así como la democracia ateniense -primera de la Historia- tenía el vicio natal de dejar afuera de los derechos a la humanidad esclavizada, así también las democracias bolivianas paridas por la Independencia -y hasta el Grito de Chuquisaca, del 25 de Mayo de 1809- tenían la imperfección de haber dejado afuera de las decisiones y del gobierno a las etnias originarias.
Ésa, creemos, es la gran diferencia que existe entre la malograda vía chilena al socialismo y esta prometedora y vibrante vía boliviana que hoy lidera Evo Morales.
Dios y sus distritos
En todo el departamento de Santa Cruz de la Sierra, dilapidando fondos y recursos que podrían haberse empleado para mejores fines, la oposición cerró filas contra el proyecto “ateo”, “abortista” y “disgregador” del MAS y de Evo Morales.
“Dios vota NO”, fue la atemorizante consigna lanzada en la oportunidad. Siglos de opresión, de ignorancia y servidumbre, en una sola frase.
Y Dios votó NO en Santa Cruz de la Sierra, efectivamente, lo mismo que en Tarija, Beni y Pando. Claro que Dios votó SÍ en La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba, que son los distritos más populosos y determinantes. En Tarija, hasta que no se haga el escrutinio definitivo, todavía no puede saberse cómo votó Dios.
Evo Morales Ayma -el hijo de María Mamani- ha conseguido que el pueblo boliviano, siguiendo las reglas de la democracia occidental, le diera el SÍ a los 411 artículos de la nueva Constitución.
También ha conseguido que por amplísima mayoría sea aprobada una reforma agraria que impedirá tenencias individuales de tierra de más de 5.000 hectáreas.
Hecha la reforma agraria y nacionalizados los recursos mineros y energéticos, Bolivia, éste país al que los analistas internacionales, hasta hace poco, calificaban de “inviable”, está dando al mundo un ejemplo de dignidad y valentía incontrastable.
No podemos predecir el futuro. Cómo va a votar el Cielo en las próximas elecciones. O qué decisiones va a tomar la Crisis, la temible Crisis, respecto de Bolivia y otros países del área.
Sí podemos saber que lo recorrido hasta aquí es mucho. Y que haber declarado a Bolivia territorio libre de analfabetismo, en apenas dos años de esfuerzo estatal y comunitario, es admirable.
Sí podemos saber que las etnias originarias del Altiplano y del Chaco, del Ande y de la Selva, han conquistado una oportunidad histórica -más allá de éste o de aquel gobierno- de afirmarse, de hablar con su propia voz y de tomar en las propias manos, como ya dijimos, su destino.
Curiosamente, Morales era el primer nombre que el cacique Manuel Namuncurá había puesto a uno de sus hijos, nacido en Chimpay. Al bautizar al niño, en 1887, un cura salesiano decidió cambiar el nombre nativo por otro que tomó del santoral: Ceferino.
Acaso esta reaparición de “Morales” en nuestra historia, sea una reivindicación secreta. Una humorada de Dios, que vota en las elecciones bolivianas y que -mal que le pese a Einstein- ¡juega a los dados!
Edición: 1429
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