La campana de Gualeguaychú

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Por Oscar Taffetani

(APE).- En 1973, acompañando el incipiente movimiento verde europeo, Joan Manuel Serrat compuso en catalán su canción “Pare” (Padre), con un alegato que no ha perdido vigencia. Un hijo pregunta a su padre qué le han hecho al río, porque ya no canta; y qué le han hecho al bosque, que no tiene verde ni sombra, y así.

 

Tal vez lo más hermoso de esa canción es su final, cuando el joven le dice al viejo que deje de llorar, que diga “no” y que pelee, porque les han declarado la guerra.

La canción de Serrat, en los años ‘70, no era todavía comprendida entre nosotros. Una pujante empresa papelera (Celulosa Argentina) había inaugurado plantas en Capitán Bermúdez (Santa Fe) y Zárate (Buenos Aires), ambas sobre las márgenes del Paraná. Seguía la implacable liquidación del bosque primario argentino (una tarea comenzada por La Forestal, décadas antes) y la fábrica entregaba al año 145 mil toneladas de celulosa Kraft, blanqueada con cloro que se arrojaba al Paraná, más 135 mil toneladas de papel en el que a diario se publicaban notas sobre las virtudes de la industria nacional.

Cuatro años más tarde, el presidente Videla, aún no caratulado como genocida, inauguraba junto a los directores de tres importantes diarios capitalinos la planta de Papel Prensa S.A. a orillas del río Baradero, tributario del Paraná, apenas a ocho kilómetros de la ciudad de San Pedro.

Papel Prensa entregaba -y aún entrega- 460 toneladas diarias de papel, más 370 toneladas de pasta “quimi-mecánica” blanqueada, tratada con agua oxigenada, sulfito de sodio y soda cáustica, según declaraciones de la misma empresa, que cuenta con la ventaja de tener al Estado (es decir, al encargado de verificar) como accionista...

Ya al terminar el siglo, cuando la canción ecologista de Serrat existía sólo en los álbumes de los coleccionistas, se instaló en Puerto Segundo, vecino a Puerto Esperanza, Misiones, la planta de Alto Paraná S.A., también dedicada a la fabricación de pasta de celulosa con los métodos tradicionales (es decir, contaminantes).

Esa fábrica -similar a otra que la empresa instaló en Valdivia, Chile, causando un grave daño ambiental- produce 350 mil toneladas de celulosa al año.

Las cuatro plantas referidas -cuatro de las 37 instaladas en territorio argentino- están hoy en pleno funcionamiento. Y contaminan a diario el Paraná, ante la desaprensiva (o cómplice) mirada de legisladores, intendentes y gobernadores.

Llama la atención, por eso, que ante el escándalo desatado por el proyecto de instalación de dos enormes productoras de celulosa en la margen oriental del río Uruguay, sobre la localidad de Fray Bentos, los dos diarios argentinos que llevan el “leading case”, que a la vez son accionistas mayoritarios de la monopólica empresa Papel Prensa, no hayan tomado ninguna iniciativa para reducir el daño ambiental que su propia papelera está provocando.

Es que cada día que pasa, conjeturamos, Papel Prensa factura 460 toneladas de papel, a precio superior al internacional, y ese dato concreto debe influir sobre los directivos a la hora de tomar una decisión relativa al “bien común”, “la salud de la comunidad” y otras abstracciones.

Cuando uno dijo "No"

 

Capitán Bermúdez y Zárate dijeron sí. San Pedro dijo sí, Puerto Esperanza dijo sí. Gobernadores, intendentes y vecinos de distintas localidades bonaerenses, entrerrianas, santafesinas y misioneras dijeron sí.

Pero Gualeguaychú dijo No. Cerca de cuarenta mil vecinos, con su intendente a la cabeza, dijeron No.

Hay una campana, una campana clara que empezó a sonar en Gualeguaychú, ante la amenaza de que el limpio río Uruguay, sus peces, sus pájaros, sus árboles, sus arenas y su gente, terminen envenenados, enfermos y muertos por la acción predadora de dos empresas multinacionales que se proponen concretar en estas tierras lo que ya no pueden hacer en sus países de origen.

“Botnia envenenó completamente un lago en su propio país, Finlandia”, ha denunciado la ONG alemana Urgewald. Y Ence, la española, ha sido condenada por daños irreversibles al medio ambiente en la ría de Pontevedra, de donde debe retirarse indefectiblemente el 29 de julio de 2018.

De construirse, la planta de Botnia extraerá del río Uruguay 86 millones de metros cúbicos de agua, a diario. Ence, 26 millones. El 90 por ciento de esa agua regresará, contaminada, al río Uruguay.

Las fábricas -las más grandes en su tipo, en el mundo- demandarán tres millones de toneladas de madera por año. Si los eucaliptos industriales necesitan 10 años para crecer, preguntémonos de dónde saldrá la madera a convertir en celulosa, los primeros años.

Y preguntémonos también qué provincias o qué países del Cono Sur cederán cientos de miles de hectáreas, alterando sus ecosistemas, para hacer las plantaciones, en los años siguientes.

El Acuífero Guaraní, probada reserva de agua dulce del planeta (y recurso natural crítico, según el Banco Mundial) también corre peligro de contaminarse, debido a las fallas geológicas y las filtraciones.

Han pasado más de 30 años desde que Joan Manuel Serrat compuso en su lengua materna “Pare”, bella canción que nos habla de un joven que toma conciencia del desastre ambiental y decide pelear por su derecho.

Acaso un vecino de Gualeguaychú la escuchó. Acaso varios. Lo cierto es que a la Argentina llegó, felizmente y para quedarse, una abstracción llamada conciencia ambiental.

Una abstracción hecha de cosas tan concretas como la salud de los niños, el canto de los pájaros, el surubí, el dorado y el mate cebado a la sombra del tala, dejando como toda música el discurrir del agua.

 


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