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Por Carlos del Frade
(APe).- El periodista había resucitado y lo contaba para lograr atención.
Después de cuarenta años de dar charlas especialmente en escuelas, sabía que necesitaba aburrir lo menos posible para difundir ideas y datos relacionados con la invitación que le formulaban. No era mentira. En mayo de 2015, haciendo una media maratón en Rosario -porque hablar de correr era un verbo excesivo de acuerdo a sus cualidades físicas-, el corazón sufrió un paro cardíaco. Con el tiempo le dirían que fue un episodio de muerte súbita y que recién lo devolvieron a este plano después de inyectarle una sustancia parecida a la adrenalina o por lo menos eso fue lo que entendió, antes de contenerle la arritmia feroz y recién a los nueve días fue operado. Le hicieron tres bypass.
Durante meses durmió de manera horizontal y de a poco volvió a caminar por el barrio ubicado en el prólogo de la zona sur rosarina. Lo acompañaba su hija menor, Luli, y de a poco fue intentando encontrarle el viejo ritmo a su existencia.
La muerte es consecuencia de la vida. El tipo solía dormir hasta tres veces por semana en colectivos que lo llevaban a pueblos y ciudades de la provincia de Santa Fe u otros estados subnacionales de la Argentina y entonces mal descansaba en los asientos de las empresas que hacían esos trayectos, antes de la pandemia, desde las noches del día anterior a la madrugada del siguiente.
Lo habían echado como perro de los grandes medios de comunicación de su ciudad y debía hacer programas de radio y señales de cable sin ganar demasiado por lo que escribir y presentar sus libros se había convertido en su principal ingreso económico aunque el costo físico estalló en aquella mañana de mayo cuando recién regresaba de Neuquén.
Mientras caminaba con su hija canturreaba “la vida es una moneda, quien la rebusca la tiene, ojo que hablo de monedas y no de gruesos billetes”, una hermosa poesía entonada maravillosamente por Juan Carlos Baglietto, muy lejos de formas desafinadas.
Escuchó, en esos días de rehabilitación, que Luli cantaba junto a él. Se emocionó.
-Qué lindo, Luli, cantás con papá…
-Siempre que vos cantás, yo canto con vos…
Aquella frase fue como un misil dirigido a su conciencia.
¿Dónde estaba él cuando su hija cantaba a su lado?
¿Por qué no escuchaba a su hija que lo acompañaba?
Descubrió que su cabeza estaba en un lugar muy diferente al sitio donde estaban sus pies.
La cabeza andaba transitando por las urgencias que la vida o el sistema le imponía, aunque su presente era importante, aquellos momentos merecían estar atento porque la existencia le estaba regalando postales irrepetibles, seguramente mejores que esas urgencias o planes que alejaban su cerebro de su real ubicación.
Sentía, con la contundencia de un descubrimiento, que el sistema desvinculaba la cabeza de los pies, el pensamiento de la necesidad, la reflexión y la atención de su propia realidad.
Cuesta mucho poner la cabeza donde pisan los pies.
Cuesta mucho prestar la atención a eso que se llama vida que sucede mientras los supuestos problemas nos dividen, nos cortan por la mitad.
La cabeza y el pensamiento eran más ajenos que propios.
El secuestro de la atención era un síntoma de la colonización de la cabeza y de los pensamientos.
“El nudo infinito”, es el título de una columna dibujada y escrita por el humorista gráfico Daniel Paz en el suplemento cultural de “Página/12”, llamado “Radar”.
El domingo 18 de agosto de 2024, dibujó una mujer y un hombre mayores junto a un chico, mirando una pantalla de computadora y desde la misa surgía una sopapa flexible que ocultaba los rasgos de sus caras, como si les chupara el cerebro.
Si ya de por sí el dibujo era significativo, el texto era revelador por lo simple y profundo: “Las empresas agropecuarias extraen alimentos de la tierra. Las petroleras extraen hidrocarburos. Las mineras extraen oro, litio, etc.”.
“Los grandes medios de comunicación, las redes sociales, las plataformas audiovisuales extraen atención. Esa es la materia prima que comercializan y con la que se hacen ricos: la atención. ¿Y de dónde la extraen? De todos nosotros, los humanos. Dedican enormes recursos para averiguar cómo obtener el mayor volumen de atención, durante más tiempo, de la mayor cantidad de gente. Averiguan qué atrae la atención de cada público”.
“Luego ofrecen contenidos específicos, muy atractivos e impactantes. El resultado es que cada vez es más difícil dejar de mirar la pantalla, que eficazmente ordeña nuestra atención hasta la última gota”.
“Seguramente al final del día sentís agotamiento y te preguntás: ¿Por qué estoy tan cansado si no hice nada especial?”.
“Hay un antiguo principio taoísta que dice: Donde va la atención, va la energía”.
“Miramos la pantalla creyendo que estamos “despejándonos” o “informándonos”, pero en realidad nos estamos vaciando de energía, mientras llenamos los bolsillos de alguna corporación”, terminaba diciendo de manera clara y contundente el escrito de Daniel Paz.
Dice Eric Sadin, filósofo francés: “Lo que llamamos “economía de la atención”, basada en el rastreo de nuestras navegaciones por Internet, implica un conocimiento de nuestros intereses que se profundiza incansablemente con vistas a hacer de ellos el objeto de una monetarización, se transforma en una economía de la atención de las máquinas respecto de nosotros mismos con el propósito de llevarnos a una “buena gestión” de la vida”.
No habrá soberanía popular, nacional, económica ni ambiental si no se recupera primero la cabeza propia – piensa el periodista resucitado, mientras su hija Luli pelea como puede contra la angustia que le genera el sistema.
Fuente: “Soberanía de la cabeza. Palabras propias y humanismo beligerante”, del autor de esta nota, Editorial Fundación Ross, Rosario, 2025.
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