La bronca de Manolito

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Por Carlos del Frade

(APE).- “Los medios justifican los fines del sistema”, escribió Eduardo Galeano, no hace mucho tiempo. Hace rato que en la Argentina los pibes ya no son los únicos privilegiados, sino los primeros perjudicados. Semejante inversión de sentido colectivo, de privilegiados a los primeros castigados, es directamente proporcional a la manera de ver la realidad que intentan imponer los grandes medios de comunicación.

 

Esas empresas que también experimentaron la inversión del sentido de la famosa frase atribuida a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. Como dice el escritor uruguayo, hoy, los grandes medios electrónicos de comunicación fomentan la solidez y la multiplicación de los intereses de los que ganan mucho dinero en sociedades como la argentina.

Una reciente crónica periodística intenta mostrar la situación social de los chicos que gambetean la invención de la pobreza pidiendo en los andenes de la Estación Constitución de Buenos Aires.

Resulta curiosa la visión de la redactora que sostiene que un pibe de ocho años “se embelesa mirando el ir y venir del dinero ajeno”. El nene, entonces, siente los ecos íntimos de la supuesta belleza del dinero. Desea poseer esa belleza, ese dinero. Es una mirada, la de la periodista, que es directamente proporcional a la alarma diseñada por las grandes usinas de valores contemporáneos que sostienen la necesidad de vigilar y castigar a los pibes, más allá de su aparente inocencia.

Pero la lectura de la crónica depara más inquietudes. Cerca del nene está María, de catorce años, que le cuenta su necesidad de reunir aunque sea cinco pesos diarios para volver a su casa porque su mamá no quiere que anden tarde. La piba cuenta que no comió todavía a pesar de estar hace horas buscado moneditas. También, le dice María a la periodista, siente que es feliz cuando viaja en colectivo a la escuela, en Lanús.

Los chicos que están en la estación Constitución, como María y el nene “embelesado” por “el ir y venir del dinero ajeno”, buscan algunos pesos, unas cuantas monedas, para volver al seno de su familia, ayudar en lo que se pueda e insistir en la tozuda defensa de sus sueños sintetizada en seguir en la escuela.

La belleza no está en el dinero. Está en una vida distinta, más allá de la necesidad de acodarse en algunos recovecos de la estación Constitución para procurarse ese dinero petiso y efímero.

Quizás los valores que sustentan los mismos sectores sociales que llegan a facturar miles de pesos cada sesenta segundos y exigen mano dura contra los pibes que aspiran sacar cinco pesos por una jornada de doce horas de trabajo informal, sean la proyección de Manolito, aquella genial construcción ideológica y artística de Joaquín Salvador Lavado, más conocido por Quino, en la serie Mafalda.

Manolito era el hijo del almacenero español del barrio de clase media de finales de los años sesenta y principios de los setenta en el que vivía la barrita de amigos de Mafalda.

Manolito soñaba con las moneditas y no dejaba de pensar en cómo multiplicar sus ganancias. Y veía que todo en la vida se resumía en las moneditas.

Pero Manolito no era la expresión de un pibe, sino la genial representación de la voracidad de algunos que depredaron miles de granjas y familias como las de Mafalda, sus amigos y las del propio hijo del almacenero de barrio.

El pibe de Constitución no debe sentir belleza ni amor por las moneditas. Apenas siente necesidad de alcanzar algunas de ellas para burlarse un rato, apenas un tiempito, de las urgencias a las que es sometido por aquellos que manejan mucho más que un puñado de cospeles. Los mismos que imponen la necesidad de vigilar y castigar a chicos expulsados del sistema escolar “embelesados por el dinero ajeno” y que cuentan con grandes medios de comunicación que descubren perversas intenciones en nenes de ocho años.

Hasta el propio Manolito, ante semejante falsificación de la realidad, diría su famosa frase: “¡Me cacho en estos tipos!”

Fuente de datos: Diario Clarín 21-05-05


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