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Por Silvana Melo
(APe).- Fernando cayó a las diez de la noche del primer día efectivo del invierno. Una bala le atravesó la espalda en una sombría periferia independiente de toda presencia del estado que se estira por el sudeste de la capital de Salta. Barrio 26 de Marzo se llama. Apenas 12 años había vivido Fernando, siempre en una barriada oxidada por el olvido, donde no entra ni la ambulancia ni la policía porque esa tierra es de los que eligen mandar y tienen más fuerza, más pistolas y más cocina para cortar, vender y consumir. Dicen que fue una disputa de barras, pero se vio sólo a los bravos de Juventud Antoniana que viven por las vecindades. Y esa noche salieron a cazar con balas, machetes, cuchillos y el ardor de los que no tienen nada que perder. Ni nada que ganar.
Y ahí estaba Fernando, asomado a la jungla, espiando cómo sería la vida si le hubiera tocado crecer y ocupar el huequito que le habría quedado en un mundo tan expulsivo y hostil. La bala le llegó cerca de las diez y no a medianoche como dijo la policía. Le entró por la espalda y no por la panza, como dijo la policía. Y fue una locura marginal que pasó por su esquina y lo dejó exangüe ahí no más de la puerta de su casa. Y no una pelea de barras como dijo la policía. “Que no sabe nada porque acá no entran ni cuando uno los llama”, como dijo la doña hablando al aire como para quien quisiera escucharle tanto desamparo.
Y es que en el barrio 26 de marzo no manda nadie tal vez y por eso “venían gritando que acá mandan ellos”. Y en el barrio nadie manda ni cura ni cuida. Por eso los antonianos –que así dicen llamarse- tiraban bala para un lado y otro, buscando un cuerpo que cayera como símbolo de poder. De un poder tan efímero como la vida de Fernando, que apenas duró doce años.
Estaba su tía cuando la sangre empezó a brotar como de una canilla, llevándole la vida con una rapidez incontenible. Su prima de 16 años quería detenérsela y los enfrentó. Le pusieron una pistola en el pecho. “Vinieron directamente a matar”, dice la tía a El Tribuno, mientras lo define como un changuito tan lindo.
Dicen que la ambulancia no llegó nunca al barrio 26 de Marzo. Alguien puso el auto para que el cuerpito de Fernando conservara dos toques de vida para llegar apenitas al Hospital. En el camino le pidió a su tía “decile a mi mamá que la quiero”. Y no hubo más chances para él. Mamá, palabra escrita en la pared de la casa, tiene 40 años y es vendedora ambulante. Dejó de ser ella cuando supo de la muerte. "La tuvieron que derivar al hospital Ragone porque desvariaba. Está destrozada. Nadie le va a devolver a su changuito".
La policía llegó muy tarde. Cuando ya nada. Para redactar partes en jerga uniformada, con datos al azar. Total, no existen oficialmente los vivos y los muertos del barrio 26 de Marzo. Circunvalante de lo que sí se ve y omitido en las agendas oficiales. Un barrio fuera de pandemia, donde la vida pasa sin barbijo y con el distanciamiento social de la selva.
A seis habían detenido ayer después de Fernando muerto. Después de que su sangre sigue todavía regando la esquina de la casa. Después de que se hizo visible él, y su casa y su nombre andaban rondando la tapa de los diarios de Salta.
Lo vieron después de su sacrificio, como sucede siempre con los niños de los confines. No existen hasta que los matan. Y aparece la foto de cumpleaños , con el pulgar perpendicular al índice para hablar de una mentirosa felicidad trunca.
Edición: 4031
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