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Por Silvana Melo
(APe).- La imagen desolada de Sergio Maldonado siete horas a la vera del río Chubut. En el medio de la nada patagónica. Cuidando un cuerpo que dicen que es el de su hermano. Cuidándolo del estado, de sus brazos armados, de los funcionarios, de la justicia, del ministerio público, del periodismo, de los buenos vecinos. La imagen desolada de Sergio Maldonado es la de un derruido centinela resguardando la verdad. Y la verdad es ese cuerpo, plantado entre ramas de sauces, río arriba, como si la corriente enloqueciera y desconociera la gravedad y arrastrara para atrás y le pusiera un cuchillo en el cuello a la verdad. Para relatarla ad hoc, en un escritorio del ombligo del mundo. Y que caiga su peso sobre los más frágiles, como siempre. Porque la verdad re-velada, la verdad subsidiaria del poder suele ser clasista, ventajera, mentirosa.
Sergio Maldonado se pasó siete horas en la soledad más profunda, resguardando la verdad. Que estaba envuelta en los envases que los peritos y los prefectos y todos los brazos embolsadores del estado tienen para la verdad. Para que, en un momento de distracción, se transforme en otra verdad, la relatada, y que la verdad verdadera termine en el fondo del río. Pero con piedra al cuello, para que no emerja un día de cauce en baja.
Ese cuerpo, colonizado por la vida que aparece después de la muerte, con un dni extrañamente conservado, que apareció donde hace tres días no estaba, es la verdad. La verdad que ha sido abolida en la república del descalabro por los republicanos feroces. Por los odiantes profesionales. Por los seudo periodistas, por los inescrupulosos. Por los vecinos que surfean alegremente en la oleada de repugnancia por el distinto. Y que acaban de descubrir la existencia de los mapuche, a pesar de los quinientos años de aniquilamiento, que acaban de descubrir que hay que exterminarlos cuando vienen resistiendo desde hace quinientos años en los bordes de los fuegos helados del sur. Que acaban de descubrir que son terroristas, agencias del Isis, franquicias de Al Qaeda, separatistas y pata sucias. Y que Santiago, en lugar de ir a trabajar, fue a cortar una ruta con ellos. Por eso lo levantó la Gendarmería.
Entonces, el cuerpo. La verdad. Cuidada celosamente por Sergio porque acaso sea Santiago y a esa verdad nadie la va a tocar. Porque se la buscó tres veces antes en el río y en las orillas y no estaba. Que apareció extrañamente, la verdad, pocos días antes de la elección. Un 17 de octubre. Plantada, la verdad, para que sea otra. Porque la verdad ha sido abolida. Y se la maquilla y se la disfraza para que sea la que sirve en un pacto social angosto donde sobreviven el poder y sus colaterales. Otranto, Bullrich, Benetton, apenas pequeños símbolos del cielo capitalista.
Santiago y Sergio. Llamitas resistentes de la verdad. Uno en posible cuerpo, en potencial muerte, estado absoluto que lo coloca el 1 de agosto en medio de la represión, aunque el poder le negó hasta la presencia.
El otro apenas erguido, frío, solo y despojado , atravesado por el miedo de que se le escape, sentado, despierto, vigilante en la vigilia más atroz, cuidando el cuerpo helado. Velando la verdad.
Edición: 3465
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