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La muerte de Eugenia Sánchez
Doce años después de la muerte de su hijo envenenado por el agronegocio, en las tomateras de Lavalle, murió Eugenia Sánchez. Hace tres años se le fue su hija adolescente, Antonella, estragada por un cáncer. El año pasado la justicia ensayó una condena irrisoria al empresario responsable.
Por Silvana Melo
Foto de apertura: LaVaca
(APe).- Una docena de años después de que su hijo más chiquito se cayera de la vida como una hojita, Eugenia Sánchez se moría en Corrientes. Una docena de años después de que el cuerpecito de Kili Rivero, plagado de agrotóxicos organofosforados, no soportara más la vida a 20 metros de las plantas de tomates, Eugenia se dejó ir de dolor. Tres años después, apenas, de que se apagara Antonella, estragada por un cáncer a los 16. Ella luchó hasta sus últimos días buscando saber si lo que le mató a Anto fue el mismo veneno que le llevó a Kili. Nadie se lo dijo ni se lo diría nunca. Los envenenadores del agronegocio, que disponen de zonas de sacrificio donde pueden morir los pájaros, los perros, los árboles y los niños, despliegan también grandes extensiones de impunidad que los cobijan. En esos templos malditos la muerte se mueve con suma libertad. Y Eugenia Sánchez, madre de Kily y de Anto, se murió con la mitad de los hijos que tuvo. Sintiendo que Kily tendría 16 y Anto 19 si la desgracia no se hubiera vuelto deriva en la sangre de sus niños.
En estos días, cuando el humo de la quema de lo más sagrado de la vida silvestre llega a la ciudad y la oscurece, se apagó la vida de Eugenia Sánchez.
La madre de los chicos de las tomateras, la que se atrevió a hablar y a preguntar y a denunciar. La que llegó a junio de 2023, a las puertas del juicio, cansada de la desidia, del desprecio, de la injusticia.
Robar tiene más pena que matar a un niño, dijo tras la condena irrisoria.
Los hijos de Eugenia son hijos de la zona de sacrificio marcada por el agronegocio. Kily y Antonella, lo supo siempre, son víctimas de un sistema productivo brutal que arrasa la vida con la topadora de la rentabilidad.
El 7 de abril “Kily cumplió 15 años”, dijo Eugenia a APe el año pasado, en ese tiempo verbal que sostiene la continuidad de la vida. ¿Y cómo sería? “Greñudo como era él, alto, flaco y muy dulce, porque era un niño muy dulce”, lo imaginaba.
En Lavalle vivían a 20 metros de las tomateras. Cuando empezaron a morir los animales a Kili comenzó a sangrarle la nariz. “Los animales se nos morían porque el vecino fumigaba todos los fines de semana pero nunca pensamos que era envenenamiento, pensamos que al ser tan fuerte el remedio mató a los animales. Cuando los analizaron, dio que tenían organofosforados. No sé qué remedio es, pero tiene ese componente”. Les mentían que era un remedio para las plantas. Un remedio que enfermaba y mataba.
Un año antes, por chapotear en charcos de agua con endosulfán había muerto Nicolás Arévalo. También tenía cuatro años. Su prima, Celeste, quedó con secuelas irreversibles. La justicia tampoco estuvo a la altura de las víctimas del sistema.
El 12 de mayo de 2012 Kili Rivero murió en el Hospital Garrahan de la Ciudad de Buenos Aires por una falla hepática fulminante, según su acta de defunción. Eugenia Sánchez comenzó a apagarse, acaso, ese día. Después, todo fue lucha, desencanto, dolor.
En abril de 2021 murió Antonella, víctima de un cáncer, deriva común de los venenos usados en la producción. Las tomateras fueron una factoría de muerte en el norte perdido del país.
En junio de 2023 la justicia le dio vuelta la cara.
En septiembre de 2024, cuando los tiempos sombríos caen sobre las espaldas de la buena gente y el humo del incendio del Amazonas llega a la ciudad, Eugenia Sánchez se fue de esta vida. Sin ver al Kili adolescente ni a Anto de casi 20. Corridos de acá por los venenos de una industria letal hoy más viva que nunca. Donde, como ella misma sintió, la vida de un niño vale menos que un tomate.
Pero ella misma debe saber, esté hoy donde esté, entre el humo y la tierra donde se vuelve siempre, que sus hijos son la semilla de lo que crecerá nuevo. Vida en brote limpio, sin organofosforados ni endosulfán. Vida en pie como los tantos niños semilla que sembró la agroindustria creyendo que mataba. Ellos serán el brote limpio de lo nuevo. Sin venenos ni deriva. Y Eugenia lo sabe.
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