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Por Silvana Melo
(APe).- Es la foto de estos tiempos feroces. La foto más cruda. Karen Campos, una piba de 17 años, atendía el kiosco de un policía en una noche de sábado. Tenía a mano una picana y un frasco de gas mostaza. No era en Lomas del Mirador ni en Ingeniero Budge. Era en Junín. Una ciudad de cien mil habitantes de la provincia de Buenos Aires. El que entró tenía la cara cubierta y llevaba un arma. Dicen que tiene 17 años. Como Karen.
Le anunció el asalto. Y ella le alargó la picana un par de veces. Tenía electricidad en la punta. La misma que apoyaban los operarios de los dictadores en la carne de los prisioneros. La picana tiene una historia tan desmedida (APe).- Es la foto de estos tiempos feroces. La foto más cruda. Karen Campos, una piba de 17 años, atendía el kiosco de un policía en una noche de sábado. Tenía a mano una picana y un frasco de gas mostaza. No era en Lomas del Mirador ni en Ingeniero Budge. Era en Junín. Una ciudad de cien mil habitantes de la provincia de Buenos Aires. El que entró tenía la cara cubierta y llevaba un arma. Dicen que tiene 17 años. Como Karen. Le anunció el asalto. Y ella le alargó la picana un par de veces. Tenía electricidad en la punta. La misma que apoyaban los operarios de los dictadores en la carne de los prisioneros. La picana tiene una historia tan desmedida en esta tierra que pasa de las manos de los torturadores a las de una adolescente muerta de miedo en tiempos en que se enseña el terror. Se enseña para separar, para desconocer, para recibir y para dar la muerte.
El disparo le perforó el vientre. El chico –el que dicen que fue, el que ya está detenido- escapó como para huir de la muerte, de sí mismo, de ese caño ardiente que lo había convertido en un asesino. De 17 años, la misma cantidad de vida que Karen.
Esa foto es la llaga terrible que interpela a la sociedad. A un sistema que reparte los roles de víctimas y victimarios con criterio aleatorio. Que convierte en asesino a un chico y en víctima a una chica en una escena tan clásica como evitable. Con un victimario que ayer no más podía ser víctima anónima, con un disparo en la nunca en cualquier zanjón. Dar y recibir la muerte es el toma y daca de los tiempos para los pibes a los que se le va arrancando prolijamente el futuro minuto a minuto. A los que se les va inoculando esa mixtura de infelicidad e indolencia que vacía de valor la vida propia y la ajena.
El resto es la saga política de los responsables del circo. La furia vecinal que, en el inconsciente social, suele buscar símbolos institucionales para romper, objetos clave del sistema que convierte en víctima atroz a una piba de 17 y en victimario –que la mayoría exhibiría en la horca- a otro pibe de la misma edad. Se queman patrulleros, se rompen a piedrazos los vidrios del Palacio Municipal. Y se recibe el escupitajo previsto del orden establecido: palos y balas de goma por parte de la policía agredida.
La Provincia arranca un año que será atroz. La disputa política que busca designar a los herederos del modelo o a sus opuestos alternativos elige como arena a Buenos Aires. Que ya es un infierno creciente donde las políticas asistenciales de infancia se caen como las hojas en abril, las escuelas languidecen y la policía, la prefectura y la gendarmería se ocupan de poner en su lugar a cualquier rebeldía o delito que no pase por caja.
El incendio
La política será la que termine de incendiar a la provincia de Buenos Aires. El 27 de octubre se elegirán legisladores que el oficialismo contará uno por uno buscando el resquicio para la continuidad presidencial. Esa disputa feroz salpicará la frente de dirigentes, medios de comunicación, organizaciones sociales y se llevará puesta a la gente y a sus tristezas. A la gente y a esa felicidad tan esquiva. Que nunca se sienta a comer a las mesas anónimas. Como arrastró a Karen. Su muerte espantosa, sin grito ni llanto ni porqué desató lo peor de la política. La que se hace con el dolor, con las internas a tiros en la calle, con la policía soplando el caño, a ver para dónde hay que tirar ahora. La que se hace con funcionarios impresentables. Con Sergio Berni, virtual responsable de la seguridad de la Nación, carajeando mediáticamente contra la herramienta conceptual puesta en la vidriera por él mismo y sus colegas (la sensación de inseguridad planteada con tanta torpeza que termina siendo banquete de la derecha represora). Con Mario Meoni (intendente de Junín) y Cachi Gutiérrez (intendente de Pergamino) enarbolando sus teorías conspirativas con un dejo de desprecio notable. Ambos son radicales cobistas volcados al Pro. “Es la fuerza de choque de Alicia Kirchner, los treinta mil de las cooperativas Argentina Trabaja, se comportan como los montoneros y a eso yo ya lo sufrí”, dice Gutiérrez. No hay furia genuina para él. La gente de bien no se indigna ni intentaría jamás cambiar la cara deslumbrante del sistema de un piedrazo certero. Esos son delincuentes.
Meoni asegura que es un golpe de Estado en su contra. Berni le susurra que ni sueñe con la Gendarmería. Aprovecha Ricardo Casal, penitenciario y ministro de Seguridad y Justicia. Y dice que esto se parece a los saqueos de diciembre, mientras manda a la policía a que pegue un poquito más. Nilda Garré asoma, mira y se encierra en su despacho. Scioli cuenta billetes para gigantografías con su rostro mirando hacia un futuro soleado.
Y la gente de a pie, anónima y oscura, se muere en las esquinas por las que ellos nunca pasan. Los chicos y chicas se mueren en la provincia de Buenos Aires por balas policiales y por balas delictivas, envenenados por el paco, por drogas baratas o mezclas que los sacan del mundo por un rato o para siempre. Muertos en la calle por venganzas o porque sí. Muertos de miedo por los otros, que siempre son malvados. De los que hay que defenderse con el encierro propio o la picana. Para dar o recibir la muerte, como un estigma de los tiempos.
El día en que la violencia sea tendida como una sábana para que todos la miren y la entiendan, habrá una discusión que supere la inseguridad como concepto sistémico de la sociedad represora. Cuando la izquierda y los progresismos se quiten los traumas y se decidan a explicar por qué la gente se muere o mata por nada, por qué la vida dejó de tener valor en ciertos sectores, por qué la violencia encadenada al narcotráfico es absolutamente distinta de la de otras décadas. Y qué hacer sin multiplicar patrulleros, sin cargar de plomo a la policía, sin armar a las barriadas, sin colocar rottweilers detrás de las rejas y detrás de la alarma, sin levantar muros separando la villa de la buena vecindad.
Ese día se podrá empezar a descorrer la cortina de algún amanecer. Sin que a Karen la vuelvan a matar a los 17 años mientras trabaja. Sin que alguien le vuelva a poner una picana en la mano.
Edición: 2406
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