Justicia y justicieros

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Por Sandra Russo

(APE).- A Mariela Galíndez le cayó inmediatamente el adjetivo calificativo: “justiciera”, la llamaron los medios cuando se hicieron profusamente eco del hecho que protagonizó en Río Cuarto, Córdoba, la ciudad en la que vive junto a su familia.

La mujer, de 34 años, estaba en su casa con su marido cuando ambos advirtieron que había ruidos extraños en el garaje. Allí, según se pudo reconstruir, habían entrado Fernando Quiroga y otro joven, posiblemente su hermano: alcanzaron a robarse un bolso y un atado de ropa sucia antes de salir corriendo porque el matrimonio víctima del hurto los puso en fuga con sus gritos. Todo hubiera terminado ahí, con un mal momento y un atado de ropa sucia menos para los Galíndez, pero siguió. El marido salió a perseguir a pie a uno de los ladrones, lo corrió varias cuadras, forcejeó con él, un vecino los separó, el chico logró escapar. La mujer se subió a su Volkswagen Gol y fue atrás de Fernando Quiroga, que escapaba en bicicleta llevando con él la ropa sucia.

El auto y la bicicleta tomaron por una calle lateral, y no se sabe a qué velocidad pedaleaba Fernando Quiroga, pero sí que el Volkswagen Gol conducido por Mariela Galíndez trepó a los 55 ó 60 kilómetros por hora. Fue a esa velocidad que la mujer chocó a la bicicleta. El cuerpo de Fernando Quiroga golpeó primero contra el vidrio parabrisas del auto, la bicicleta fue destrozada, el drama quedó expuesto en la vereda: el ladrón entró en coma irreversible. La ropa sucia, se presume, quedó desparramada por ahí y a nadie se le ocurrió recuperarla.

Llegó la ambulancia y sus paramédicos declararon que encontraron a la mujer desesperada junto al cuerpo inerme de Fernando Quiroga. En este punto entran las dudas: ¿le importaba la vida de quien le había hurtado ropa sucia, o fue en ese flash que comprendió lo que venía? Porque lo que vino fue su detención, bajo el cargo de “tentativa de homicidio”.

Y a eso le siguió un revuelo considerable, que incluyó dos marchas organizadas por sus familiares para pedir su libertad. Entre los reclamos se decía que era urgente la liberación de la mujer porque, entre otras cosas, uno de sus hijos es sordomudo y se comunica a través de ella.

Lo lograron. Cuatro días más tarde la carátula cambió de nombre. Ya no era “tentativa de homicidio”. El coma de Fernando Quiroga sigue siendo irreversible, pero ahora pesa sobre la excarcelada el cargo de “lesiones gravísimas”.

La “justiciera”, de ese modo, volvió a lo suyo. No así Fernando Quiroga, que agoniza. Una sola observación: ¿por qué siempre los “justicieros” salen a vengar o vengarse del modo que se les da la gana, y apenas deben pagar por lo que han hecho se ponen a reclamar “justicia”? ¿Cuál es la lógica que ampara a una mujer a la que le han hurtado ropa sucia y sale, enajenada o no, a perseguir en auto y atropellar al ladrón hasta aplastarlo, y que después del hecho se centra en el reclamo de justicia para ella, justicia para la víctima del hurto de ropa sucia? El abogado de la mujer, Félix Nieto, contó con la mirada apacible y empática de la buena sociedad cordobesa: ¿Es que no se entiende que la mujer sufrió un rapto de emoción violenta? Los “justicieros” siempre recurren a ese rapto, a esa obnubilación, para justificar sus faltas. La justicia, esta vez, parece haber dado “permiso de obnubilación” para cambiar la carátula y dejar en libertad a la mujer. Entre las extrañas malas repartijas que padece esta sociedad, está la de la emoción violenta. Según los fallos conocidos, ese sentimiento de impotencia, rabia, exceso y sed de venganza irracional sólo les está permitido a algunos sectores. Las emociones violentas de los pobres se llaman “mala entraña”.

Fuentes de datos: Diario La Voz del Interior - Córdoba 14, 16 y 20-05-05

 


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