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Por Alfredo Grande
Imagen de apertura: Juan Valerio – La Vaca
(APe).- Una de las mayores tragedias del populismo es que oculta que lo constitucional puede ser, y es, antidemocrático. Hace demasiados años -quisiera que menos- 24 para ser exactos, escribí un texto. “Democracia restitutiva: del ritual al escrache”. Fue publicada en la revista Enfoques Alternativos que dirigió ese sabio que fue Jorge Beinstein. Una de las tantas herencias amorosas que recibí de mi amigo Vicente Zito Lema fue permitirme conocer a Jorge. En esos tiempos luchábamos en la Universidad Madres de Plaza de Mayo.
La restitución es lo opuesto a la representación. La restitución supone tan solo una forma, vaciada de contenido. Son las trenzas de la china, pero la china no está. Es un simulacro, un fetiche. Cuando la Constitución Nacional que, en algún momento de extravío, en plena lucha contra la dictadura, la bauticé como “la biblia laica del pueblo soberano”, cuando esa constitución, en su maldito artículo 22 nos dice que “el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes”, está consagrando un Orden Constitucional anti democrático. Podría haber un artículo 22 bis que dijera: “el pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes”. Pero ni eso. Directamente no delibera (no habla, no piensa, no propone) sino a través de sus representantes. Que obviamente no lo representan. Ya ni siquiera representan a sus partidos de origen.
Poco falta para construir el monumento al panqueque. Y el lugar elegido será la Plaza de los Dos Congresos. No está de más recordar que uno de los Congresos aludidos es la Asamblea del año XIII, que realmente fue un Congreso presentativo. Más que un espacio de participación ciudadana, tuvo el potencial de ser un espacio de Gobernanza, o sea un espacio en el cual la comunidad se organiza, delibera y decide.
No hay representaciones ni restituciones. Si bien la organización de una democracia directa es compleja, no lo es menos que una organización de oportunistas, traidores, panqueques envenenados. Cada uno tiene la complejidad que se merece.
Pero en la Matrix siniestra que es la cultura represora aparece una anomalía. Las jubiladas. Los jubilados. La otrora clase pasiva que ejerce por derecho propio, una actitud corajuda, valiente, coherente, consistente y creíble una parte fundamental en esta etapa de la batalla cultural por una segunda y definitiva independencia.
Hace más de 40 años, las marchas de los chicos del pueblo socavaron la modorra burguesa de las clases dominantes. El Movimiento Nacional Chicos del Pueblo incrustó en las subjetividades rebeldes que las chicas y chicos son sujetos políticos. En todo caso, por eso son los únicos privilegiados. Porque ejercen no solamente el derecho sino el deseo de ser parte de ese gigante político que es el pueblo en armas. Cuando escribí Las Armas del Pueblo, no pensé que esas armas serían utilizadas por jubiladas y jubilados. La concepción restringida solo le da categoría de “armas” a los fierros. O sea, a una de las industrias más rentables y dedicadas a operaciones de marketing llamadas habitualmente guerras.
La concepción amplificada es que las armas van desde el mítico aceite hirviendo de la segunda invasión inglesa de 1807, hasta los no menos míticos grafittis: “luche y vuelve” completado con un irónico “siga luchando y se da otra vueltita”. Se refería al ansiado y frustrado regreso de Perón a la Argentina. Pero en la era pre digital, los grafitis fueron un arma poderosa. “Ministra Patricia, vos sos la terrorista” se escuchaba en forma insistente. Obviamente, es terrorismo de Estado tener a viejas y viejos en estado de indigencia. Pero por lo visto hasta ahora, no es indigencia política. No hay analfabetismo político en jubiladas y jubilados.
Franco Berardi señala: “Pero esta explicación ya no funciona: el acto ya no está necesariamente precedido por la ideación, y probablemente los conceptos de ideación y motivación ya no corresponden a nada”. (“Lo inexplicable”. Cita de La Red latina sin Fronteras) Creo que en la actualidad de la cultura represora es asi. Por eso viejos y viejas deben ser exterminados. Porque tienen recuerdos, memoria histórica de cuando la idea y la motivación correspondían a horizontes revolucionarios. Pensábamos que hacer para cerrar las venas abiertas de América Latina como nos guiaba Galeano. Hubo demasiados desvíos, bifurcaciones, y perdimos nuestro sentido de la historia.
Ya no se trata de defender a la Patria. Hay que inventarla nuevamente. Las viejas y viejos lo estamos haciendo. Y como dije en el cierre del Congreso de la UNTER (Unión de Trabajadores de la Educación de Rio Negro) en sus 50 años permite que el Alfredo que a sus 30 años marchaba, luchaba, arremetía, lo pueda seguir haciendo. En los jubilados y jubiladas del pueblo la lucha continúa.
La Revolución es la juventud eterna.
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