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Por Silvana Melo
(APe).- El sacrificio de Jonathan Gardini es una semilla en este barro. A las cuatro y media de la mañana lo arrasaron las ruedas de un camión, como ha demolido la historia reciente las conquistas de cuando se luchaba por transformar la vida. Las cuatro, seis, ocho ruedas de un camión, vocero de los centenares de camiones varados en la entrada del cordón industrial de San Lorenzo, Santa Fe. Allí por donde fluye la producción y se concentra la riqueza. Que les pasa de largo a los trabajadores y sólo les deja el derrame. Como las palomas sobre las cabezas.
El cordón industrial de San Lorenzo, provincia de Santa Fe. Donde la riqueza es una serpiente que engorda y lanza fuego por las narices. Y la gente, un complemento molesto al que se exonera del placer y de la necesidad fatal para la vida. Entonces hay que cortar la calle por donde pasan, la ruta por donde crecen, el camino por donde la concentración obscena los cesantea. A aquellos a los que la vida les cuesta un retazo de muerte cada día. A los que se quedan solos. Como los cuatro niños de Jonathan Gardini. Que era vigilador y cobraría ¿13.000 pesos? ¿14.000? Una familia tipo, como la llaman las estadísticas, (dos hijos) necesita 13.155 pesos para no ser pobre. La familia de Jonathan Gardini formaba parte de los trece millones de pobres que, como una legión entumecida, avanza todos los días hasta el almuerzo de mañana. Sin más sueños que la sobrevida.
Cortó la calle de entrada al cordón industrial de San Lorenzo. A la madrugada. Con el resto de los trabajadores que necesitaban pararse en el medio de la ruta para hacerse ver. Y no quedar sepultados por el capricho mediático que decide quién es visible y quién no.
Pero hoy, a las cuatro y media de la mañana, supieron que la vida está costando cara en este barro, donde Jonathan Gardini ya es semilla. Que en las tierras más pobres, más inviables y más descartadas del país las policías rodean, sitian, velan y apalean. Porque el ombligo del mundo está en la capital y a nadie se le eriza la piel por los perdigones a un tarefero en Misiones o la expulsión a palos de un campesino en Santiago.
A Jonathan Gardini, vigilador, 38 años, padre de cuatro niños, lo mató un camión que arrasó el piquete en San Lorenzo, Santa Fe.
Cuatro, seis, ocho ruedas que estragaron el cuerpo de Jonathan y acabaron con la protesta.
Una señal de cuánta muerte anda acechando las hambres y las desgracias de los miles que ananchan las calles para hacerse menos débiles.
Justo 35 años después de aquel 30 de marzo de 1982 cuando una cegete –que no es ésta- se le plantó a la dictadura. Que ya había desaparecido a treinta mil y tenía los colmillos cebados de sangre nuestra. Hay colmillos que jamás pierden el filo. Y semillas que deberán brotar en este barro.
Edición: 3365
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