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Por Carlos del Frade
(APE).- Los estudiosos de la Biblia dicen que el profeta Isaías es el tercero en importancia después del propio Jesús y Moisés. Su prédica social, alrededor del siglo ocho antes de Cristo, fue varias veces silenciada desde las cúpulas eclesiásticas.
En un fragmento del libro atribuido a Isaías se puede leer que el reino de los cielos será el lugar donde “no habrá más allí niño de días, ni viejo que sus días no cumpla: porque el niño morirá de cien años, y el pecador de cien años, será maldito”.
Y agrega que “edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán, y otro morará; no plantarán, y otro comerá: porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos perpetuarán las obras de sus manos”.
Una postal concreta y material. El reino de los cielos no está en el más allá sino en la justicia e igualdad que pueda construirse aquí abajo, donde se ama, se sufre y se sueña.
Sin embargo, durante muchos años, desde los púlpitos solamente se escuchó la metáfora no tan clara también atribuida a Isaías, aquella que decía que “el lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y a la serpiente el polvo será su comida”. Entonces allí ya no se entendía demasiado. Parecía un cuento de ficción. Pero no, Isaías había sido claro. “Edificarán casas y morarán en ellas... no edificarán y otro morará”, sostuvo.
Pero Isaías todavía no pudo gambetear el encubrimiento de su profecía y, para colmo, el sistema lo sigue castigando.
Para que quede claro quién es dueño de la vida.
Sucedió en Entre Ríos, en el barrio Los Hornos, donde viven diecisiete familias. Es allí donde volvió a perder el viejo Isaías.
Hacen ladrillos “pero viven en casas de tablas y plástico”, afirmaba la información periodística.
La descripción se completaba así: “Más de 60 chicos y 34 adultos conforman una comunidad en torno a fábricas de ladrillos ubicadas en calle Miguel David. No sólo los hombres trabajan con el barro, sino también mujeres y hasta los niños. Las viviendas carecen de baños, las paredes son recubiertas con cartones y los techos no resisten la lluvia”, decía el escrito confirmando la pesadilla de Isaías, no su sueño.
"Lo que nosotros queremos es una vivienda digna. Eso es lo que queremos más que nada... Lo que pasa es que acá nunca viene nadie, no entra nadie acá", denuncia una mujer que no debe conocer lo que dijo y profetizó hace tanto tiempo un tal Isaías.
Quieren una vivienda digna, de esas que se levantan con los ladrillos que ellos mismos hacen de lunes a sábado, desde las siete de la mañana hasta la seis de la tarde.
Por llevar en carretillas mil bloques al horno, cobran 8 pesos, y “comparan que el propietario de la fábrica, vende a 300 pesos los mil ladrillos listos para usar”, dice la cronista entrerriana.
Ellos, las familias del barrio Los Hornos de Paraná, son la mejor prueba de la necesaria reivindicación del viejo Isaías.
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