La lucha de clases entre mandatos y deseos.

Infancias y subjetividad IV

La insatisfacción crónica de las necesidades barre con cualquier intento de elección y sutileza. El precio de eludir lo esencial para la vida es la muerte. Que puede ser al contado, aunque habitualmente es en incómodas cuotas mensuales.

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Por Alfredo Grande

(APe).- La subjetividad es el decantado identificatorio de la lucha de clases. Decantado identificario alude a una imagen interna, una huella mental, una marca en el psiquismo. En las infancias empobrecidas la subjetividad es una cicatriz del alma.  Esa alma que tanto han herido.

La lucha de clases es entre la clase de los deseos y la clase de los mandatos. La clase de los deseos en las infancias empobrecidas está debilitada, golpeada, incluso arrasada.  Las necesidades básicas no desaparecen, aunque estén insatisfechas. Por el contrario: aumentan en forma desmesurada.

A pesar de su cinismo, el refrán: “para el hambre no hay pan duro” pone en superficie una verdad. La insatisfacción crónica de las necesidades barre con cualquier intento de elección y sutileza. Está duro, pero es pan. Más duro que el pan es el hambre. Siniestro y pequeño círculo del cual no hay salida porque los discursos y los relatos no se comen. Y la necesidad es un mandato biológico que no se puede eludir.  El precio de eludir lo esencial para la vida es la muerte. Que puede ser al contado, aunque habitualmente es en incómodas cuotas mensuales.

Para el hambre sólo hay pan duro. Cuando la elección no es posible, entonces el deseo se extingue.  Ya había señalado que el origen del deseo es la cualidad placentera de la satisfacción de las necesidades. Cuando no hay satisfacción de las necesidades o esa satisfacción es apenas de pan duro, no se generan los deseos. Y el deseo es vida. Es vida honrada por el placer, por la alegría, por la ternura, por la solidaridad.

Cuando hacemos lo que nos gusta, y porque nos gusta, podemos darle gracias a la vida. Infancias no deseantes, originadas en necesidades siempre insatisfechas, son niños y niñas sin niñez. Es como el lado oscuro de Peter Pan. No es un adulto que desea volver a ser niño. Es un niño que nunca podrá desear ser adulto.

La lucha de clases entre mandatos y deseos está fuertemente debilitada para los deseos. No debemos olvidar que al mandato biológico se suman todos los mandatos de la cultura represora. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”.

Pero apenas será pan duro, pan caro, pan que no sirve para la nutrición. Tampoco es sudor sino gotas de sangre y cataratas de dolor y sufrimiento.

Los mandatos de la cultura represora, incluyendo el discurso hipócrita de “la cultura del trabajo” y de la “unidad de la familia”. El trabajo es esclavo y la familia ha implosionado. La monoparentalidad es a predominio de mujeres precarizadas que sostienen con coraje lo que se denomina “la economía de la penuria”. Las piqueteras con sus hijos son la imagen indeleble de las generaciones que se siguen alimentando de pan duro. Alimentación que no es nutrición. Y los desiertos deseantes vulneran una de las marcas necesarias en toda subjetividad. Se llama el Ideal.

Si la idealización mata al ideal, la total falta de ideales logra que la autoestima desaparezca. Porque la autoestima es sentirse bien, sentirse contento, sentirse feliz con uno mismo. Para mí, ser redactor de la Agencia de Noticas Pelota de Trapo, es un ideal. Soy una pequeña parte de todo un movimiento que permitió pensar a niñas y niños como sujetos políticos. Y cuando un texto mío interesa, yo me acerco más al ideal.  Y esa cercanía se denomina autoestima.

La niñez empobrecida, envilecida, prostituida en lo sexual y en lo vincular, tiene destruida la autoestima. No pueden honrar su vida. Porque les han denigrado todas las formas de vida. El amor en la intemperie es siempre amor desesperado.

Wilhem Reich, discípulo maldito de Freud, nos enseñó sobre la miseria sexual de las masas. Yo me permito señalar la miseria vincular de las infancias.  Y esa miseria vincular es miseria deseante. Es el imperio de los mandatos más crueles. En la quinta y última parte de Infancias y Subjetividad intentaré pensar algunas respuestas a tantas preguntas.

Mientras tanto intento sostener las palabras de Rodolfo Walsh: “tengo la satisfacción moral de un acto de libertad”. Y no hay más triunfo deseante que la conquista de la libertad, única tierra donde todo deseo germina.


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