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Por Claudia Rafael
(APe).- Zoe tenía cuatro años. Un cuerpo chiquito. Una vida pequeña. Su tiempo vital quedó atravesado por la crueldad adulta. Zoe fue la presa de monstruos hambrientos y su calvario terminó entre las cenizas que quedaron del fuego que ardió en un baldío de la capital riojana. Una moto calcinada a su lado. Y detenidos que, se supone según las reglas no escritas de la humanidad, debían amarla. Que no fueron frenados a tiempo. En la mañana en que muchas y muchos se preparaban para determinar los rumbos legislativos del país, el cuerpito de esa nena era encontrado como si fuese un objeto inservible, una bolsa de desechos, un trozo de nada. Esa mañana en que tantos pensaban en su propio ombligo, niñas y niños mueren en los territorios del olvido.
Apenas un par de días antes, en un monte en las afueras de la santiagueña La Banda, una nena de tres años era encontrada por la policía. Golpeada, abusada, viva por puro azar. Los ojos de quienes investigan están rumbeados hacia la ex pareja de su madre. Un hombre joven de 28 años.
Quiénes no vieron cuando debían ver. Quiénes no actuaron cuando debían actuar. Qué parcelas del Estado no estuvieron atentas cuando debían estarlo. Quiénes se vendaron los ojos para no mirar. Quiénes desviaron la vista, se distrajeron en necedades, se ocuparon de banalidades. Quiénes no escucharon aquello que debían escuchar.
Son niñas a las que les arrancaron con la perversidad más cruenta todo atisbo de infancia. Daños colaterales de un sistema que suele arrebatar de raiz todo atisbo de ternura. ¿Qué quedará de niñez en esa nena de tres años de La Banda? ¿Cómo podría haberse escondido Zoe de las garras adultas que le estragaron la historia?
Suelen llamar daños colaterales a las secuelas viles de un modelo que dejó de tener a la infancia como las semillas a cuidar amorosamente de los predadores. Lo sería también –bajo ese precepto- la beba de 9 meses hija de Brisa Formoso, esa chica de 19 años violada y luego estrangulada en Hurlingham. Crecerá con el corazón estallado de angustias de saber qué ocurrió con su mamá. Y también Delfina, de cuatro años, la hijita de Magalí Noelia Gómez, asesinada por su ex pareja hace casi un mes en El Talar, Tigre.
Zoe, la niña santiagueña, la beba de Brisa y Delfina son los rostros de una infancia asolada por los crueles. Por una humanidad que se forjó a sí misma como una maquinaria que extirpó de su andamiaje todo atisbo de ternura. Capaz de herir de muerte a las niñeces. De clavarles una astilla en el centro mismo de las emociones. Y de estamparle una mordaza al futuro. Para que no hable. Para que no diga. Para que no sienta. Para que no sea.
Foto: Lucía Merle
Edición: 4420
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