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Por Claudia Rafael
(APe).- La infancia está al alcance de la mano de monstruos de carne y hueso, que llegan a su casa todas las noches, se sientan a la mesa y comparten con sus familias un plato de comida, una serie o una charla profunda o banal. Acechan con palabras dulces, con golpes de furia, con unos cuantos billetes, con una bolsa de caramelos o con un cóctel de drogas y alcohol. Una nena de 13 fue a comprar rimmel a la farmacia de al lado de su casa, en La Plata, y un policía la arrinconó a la salida y le ofreció primero 1000 pesos hasta llegar a 5000 para tener sexo conjunto con su pareja. Su negativa y la intervención del dueño de la farmacia la salvaron de la concreción de una suma de violencias. No fue igual para Ludmila, que a los 16, con apenas tres años más, la visitó la muerte temprana y definitiva. Estaba con un hombre de cuarenta y pico en un hotel de Vicente López en una habitación en la que cocaína y alcohol desataron en su cuerpo los peligros que la estragaron hasta arrojarla, ya baldía, en una cama de hospital.
La infancia está en peligro. Por la facilidad de los gatillos en las calles, por las hambrunas predeterminadas, por las violencias adultas que demarcan fronteras, por los estados que diluyen las felicidades por goteo o abruptamente. Y las niñas, sobre todo, están asediadas por quienes irrumpen, de una manera u otra, para conquistar sus territorios para plantar bandera. En un ejercicio de la propiedad que ejercen impunemente los portadores de la crueldad. Aquellos que colonizan a Ludmila o despedazan a Lucía, en Mar del Plata. Los que rompen en mil pedazos la ingenuidad o trituran los cuerpos jóvenes en un rompecabezas que ya nunca podrá rearmarse.
Los que deciden que con 1000, 3000, 5000 podrán corromper a una nena de 13 en La Plata el viernes pasado o con una bolsita de golosinas conducirán hasta la devastación a otra de 7 en Olavarría, 18 años atrás. Los que juegan a la compra-venta en un mercado en el que se subastan las libertades y los sueños.
Hay que dar vueltas el mundo patas arriba. Y como escribía Galeano entender que es el sistema de poder, que nada tiene de eterno, quien cada día invita a salir a escena a nuestros habitantes más jodidos, mientras impide que los otros crezcan y les prohíbe aparecer. Aunque estamos mal hechos, no estamos terminados; y es la aventura de cambiar y de cambiarnos la que hace que valga la pena este parpadeo en la historia del universo, este fugaz calorcito entre dos hielos, que nosotros somos.
Y decidirnos de una vez a transformarlo en llamarada para que la infancia ya nunca más vuelva a ser coto de caza de los monstruos de la condición arrasadoramente humana.
Edición: 3897
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